Finalmente, el gran momento de publicar ha llegado. Acá está la información de lugar, hora y fecha de la publicación del aunciado proyecto estrella de El Circulo de Amatista:
lunes, 31 de octubre de 2011
sábado, 29 de octubre de 2011
Dos dialécticas comparadas.
La humanidad y la vida están sobrevaloradas, aunque eso no es tan importante cuando tienes un mínimo de comunión con tu centro de equilibrio. Veamos este análisis: La dialectica de los "más".
Represión:
Partiendo de la idea de que el hombre nunca será dueño de si mismo y está
supeditado a sus impulsos.
Libertad:
En la cual, por consiguiente, el hombre es libre de
ser
esclavo de si mismo.
esclavo de si mismo.
ORDEN:
Estado en el cual, el hombre, sabiendo que sus
impulsos son imperativos biológicos, se hace dueño de su voluntad para
administrar la forma en la que estos impulsos son canalizados hacia el exterior
de la mejor manera posible.
Desigualdad:
Siendo el hombre esclavo de sus impulsos, toda dignidad
es
abstracta y por ende, una cuestión de reconocimiento social exclusivamente.
Igualdad:
abstracta y por ende, una cuestión de reconocimiento social exclusivamente.
Igualdad:
En la cual, por consiguiente, todos somos igualmente
débiles y
miserables.
miserables.
JERARQUÍA:
Estado en el que el hombre se hace dueño de su
dignidad superándose a si mismo a través de sus experiencias formativas en un
entorno en el que sus pares hacen lo mismo.
Intolerancia:
Siendo todos igualmente débiles y miserables,
ser
intolerante es pretender ser más de lo que uno puede ser.
Tolerancia:
intolerante es pretender ser más de lo que uno puede ser.
Tolerancia:
En la cual, por consiguiente, el honbre es intolerante
con
cualquier cosa que signifique superarse a si mismo.
cualquier cosa que signifique superarse a si mismo.
DISCIPLINA:
Estado en el que el hombre realiza un trabajo para
obtener el dominio de si mismo, para si mismo.
Nótese que la dialéctica neomarxista apunta al pensamiento
victimista; mientras que la dialéctica del individuo disciplinado apunta a la
autosuperación personal. En ese contexto, el que se disciplina lo hace solo para
si mismo, porque sabe que perdería su tiempo y su energía en disciplinar a los
demás. Respecto de la libertad, el individuo disciplinado sabe que su necesidad
de disciplina también obedece a un impulso, y que ese impulso es sano. Esto
significa que tampoco necesitará predicar sus inclinaciones a otras personas,
porque también sería una pérdida inútil de energía. En ese caso, la disciplina
mental se obtiene evitando ciertos vicios creados por la aplicación de la razón
en estado puro. Estos son:
La opinión:
Opinar es saber de antemano que lo que uno dice no tendrá consecuencia alguna. Es conveniente para el gobierno de ocupación enfocar las energías de las personas en su “derecho a la libre expresión” para sustituir los hechos con el “orgullo de ser un ciudadano correcto”; a la vez que mantienen controlado a todo aquél que por jactancia se atreve a decir lo que piensa aunque no tenga nada que ver con la histeria políticamente correcta. El reconocimiento de la propia forma de pensar es un vicio pernicioso. El superhombre no necesita opinar: actúa en consecuencia a que lo que sabe, es correcto.
La vida pública
Hoy en día, la vida privada ha desaparecido del mapa. El mundo se ha convertido en una gran aldea con mentalidad de pueblo chico, con muchas excusas estúpidas para meterse en la vida de los demás: “si no lo dices, es porque algo malo escondes”; “por que no lo dices, no tiene nada de malo”; discernir esto es sencillo: “Si no tiene nada de malo lo que hago: ¿Por qué quieres saber?” , y “¿Por que necesariamente tengo que contarte cosas que te son tan irrelevantes a tu vida diaria?”. La masa programada no tiene vida propia, y la vive por medio de los demás. Solucionar esto es fácil: Solo se meterán en tu vida si no tienes una. El superhombre tiene vida propia, y eso es suficiente como para el orden que lleva haga que nadie se meta en ella.
La “mente abierta”
Tener una “mente abierta”, es un hecho loable y motivo de orgullo entre los programados. Desgraciadamente, es un truco: cuanto más se multiplican las opciones y el conocimiento, tanto menos se sabe, y tanto menos se puede lograr el tener una visión del mundo coherente. Se te dice: “tienes que tener una mente abierta”. “Bueno…”-puedes responder tu- “¿de que se trata’”, tu interlocutor te dirá: “Tener una mente abierta es esto y lo otro”...y cuando termine contigo, habrás cambiado tus ideas “cerradas”, por las ideas “cerradas” de otras personas. El superhombre no opina, y tiene vida propia, por lo cual, es imposible que tenga la mente abierta. Simplemente no tiene tiempo para preocuparse por ideas que no le conciernen.
La relatividad
“Todo es relativo, no hay una verdad absoluta”. Eso significa que la relatividad es un absoluto en el que debes creer como la viejecita que se hinca a rezar ante la imagen del Cristo, y que el hecho de que no haya una verdad absoluta, es un hecho absolutamente cierto.
Para aquél que “se cree el dueño de la verdad”, hay un castigo ejemplar por parte de los otros que efectivamente, si son dueños de ella y que por eso tienen el derecho de apalear al infractor. Así, las paradojas se van acumulando en la mente feliz del individuo programado, y la pasa bastante bien…El superhombre, tiene la verdad delante de sus ojos, y sabe que es cierta. No necesita nada más. Hacer otra cosa, sería una búsqueda inútil e infinita de razones donde la forma multiplica la forma, y todo el objetivo de la vida es la búsqueda misma, sin encontrar nada.
La humanidad, es la versión domesticada del animal que somos.
Martin Ultarcat
viernes, 28 de octubre de 2011
Trailers Cinematicos para "El Arco de Artemisa"
Trailer 1
Trailer 2
Gaburah Lycanon
Tributo de un pagano a su madre
Un difuso recuerdo de mi pasado inmanente me lleva a viajar a tiempos
en los cuales era libre en mi Aldea de Origen, allá donde vivía en paz y
armonía, allá cuando el encierro era como una pesadilla “insoñable” y las
amarguras eran una probabilidad improbable. En aquellos días de gloría perpetua
tenía la convicción de vivir en armonía por siempre hasta el día que los
traidores lograron atraparme y encerrarme en un pesado cuerpo de carne.
Al principio todo era muy calmo, una refrescante oscuridad como la de la Diosa y un tibio ambiente
que lograba relajarme. Un buen día noté que tenía algo enroscado en alguna
parte de mi cuerpo, entonces una luz brilló en mi cabeza y una gigante pala me
sacó de la tibia cueva y me llevó a un horrible lugar, seco y lleno de luz. No
sabía cómo rayos había llegado a un lugar tan enfermizo y con un cuerpo tan
doloso. Sentía cosas que jamás había sentido, en mi estómago había una gran
sensación de vacío y un extraño fluido seco entraba por mi nariz, era muy frío,
tuve miedo.
No sé cuanto tiempo pasé en aquel estado, todo era tan confuso que no
sabía en dónde había aterrizado, a qué clase de lugar dantesco me habían lanzado
los dioses traidores y su gran jefe. Un día, una cortina frente a mi empezó a
abrirse, entonces empecé a ver con algo a lo que llamaban “ojos”. No sabía dónde
estaba, me sentía asustado, pero una presencia mística se apareció ante mí como
una visión de la Gran Madre
Pyrena, unos extraños decían que ella era mi mamá.
La veía tan grande que no podía creer lo pequeño que era yo, en mi
Aldea era un Dios libre y me convertí en una frágil criatura, pequeña y
desvalida. Aquella mujer mortal sabía eso y me decía “hijo”, fue entonces que
descubrí que Pyrena no me había abandonado, ella se había convertido en carne,
como yo, para seguir cuidando de mí.
Ver su rostro en aquellos días era como ver el rostro de la Diosa, ella era mi mamá y no
podría describir la felicidad que sentí al comprender que ella estaba para mí,
sólo para mí. Al final, en medio de mi encierro y desorientación, los Dioses
Leales me habían mandado a “mamá” para no perderme.
Crecí a gran velocidad, mamá jamás dejó de estar ahí. Cuidaba de mí en
la enfermedad, me abrigaba en el dolor, festejaba mis logros y me ayudaba con
los problemas. Pasaba maravillosos momentos con ella, jugando como lo hacía
allá en mi Aldea de Origen y con los años se hizo soportable mi condición de prisionero.
Mamá era tan bondadosa que había logrado hacer soportablemente “vivible” mi
situación de Espíritu Hiperbóreo encerrado.
Ella me enseñó a hacer soportable la condena del hombre “bipolar”,
encerrado en la materia, ejerciendo el verbo del amor en mí. Mantuvo fresca mi
memoria de la libertad para que jamás permita a alguien someterme a su
Voluntad, sea esta Santa o Impía. Ella me aseguraba que no habría salvos ni
condenados si es que no existía libertad.
Al final, los Dioses Traidores y su Gran Jefe Creador de lo Creado bajo
el sol empezaron a atormentarme con el fin de desorientarme; allá en mi
subconsciente había una gran guerra entre la razón, aliada del corazón, contra mi
Espíritu. Se trasmigraban los trasfondos de una cruenta batalla entre mi lobo
interno y las hordas de ángeles y demonios que venían a tomar mi conciencia por
asalto. Finalmente, herido y enfermo, empecé a perder todo recuerdo de libertad
y mi esperanza quedaba fuera de toda esperanza, mamá no dejó que eso pasara.
Con paciencia limpiaba la sangre que derramaba, como una valkiria luchaba a mi
lado, implacable y gloriosa, mostrándome que la Guerra Esencial sólo podía ganarse
con amor y honor.
Los días ardientes y lacerantes pasaron entre la locura y el tormento,
aún así mamá seguía en pié, mostrándome el camino, dándome el incondicional
amor que tanto necesitaba, refrescando mi ardiente corazón con su azul frío
austral, el frío de Pyrena Virgen Ama de los Andes. Ella era una mujer y una
Diosa guerrera, y el legado de su sangre fue mucho más poderoso que cualquier
legión infernal o celestial.
Un día me levante furioso contra mis captores y empecé el camino de
retorno al Origen. Desde luego la gente me criticaba, los amigos me decían que
perdía mi tiempo, mis colegas afirmaban que era un idealista sin esperanzas y
los más positivistas y racionalistas decían que había perdido todo buen juicio
y que jamás pondría mis pies en la tierra. Pobres despreciados, los muy necios
ignoran su calidad de cautivos y tenían la osadía de criticar la lucha legítima
del Rebelde. No, mamá jamás fue como todos ellos, ella me había enseñado a
pelear contra fuego y marea por mi libertad y me apoyó en todas mis batallas
por más críticas que recibiera de los racionalistas lógicos, perdidos en su
método empírico de mentiras.
Nadie jamás podría siquiera imaginar que tipo de mujer es mamá,
sensible, furiosa, alegre, pura, virginal, guerrera y libre. Jamás sometida,
más bien indómita como los Espíritus más altos de mi Hiperbórea natal, en ella
es posible ver la fuerza de una osa, la astucia de una loba, el vuelo de un
halcón y la libertad de un Espíritu insubordinado a las normas de los mortales
bipolares.
Sé muy bien que algún día envejecerá y morirá como todo cuerpo mortal
encerrado bajo el sol Shamash, creado por el mismo traidor. Tengo derecho a
decir que me dolerá su partida más ella no me dejará rendirme, si aún desde la
tumba puede darme un aliento de fuerzas, es un hecho que lo hará. Mamá no es
una mujer que se rinda, ni siquiera ante la muerte. Ella no habla de
mortandades ni de la fatamorgana de los condenados pues sólo es silente como la Verdad, ella no conoce
tensiones dominantes ya que administra sus tensiones con alegría y con verbo,
ella no ama con palabras sino con acciones. Hoy puedo decir, a ciencia cierta,
que mamá logró hacer lo que otros no lograron, encontrar armonía y ayudar al
otro a encontrarla.
Yo me debo a las comprensiones, pasé mi corta vida mortal en busca de
libros. Estudié al hombre desde el barroco de Bach hasta el existencialismo de
Jean Paul Sastre, y jamás vi replicada imagen de mortal alguno bajo el sol que
haya logrado enseñarme lo que Ella me enseñó. Ya sea Nitche o Lakant, Darwin o
Foucoult, ningún hombre de ciencia o humanismo, de romanticismo o verbo logró
mostrarme lo que mamá me mostró, ese algo es la esperanza de lograr la libertad
y la Verdad. Al
final, todas las toneladas de libros y las cientas de horas de clases podrían
resumirse con una simple caricia de mamá la cual me de aliento en la batalla.
No adormecer mi Voluntad mas ser capaz de hacer mi Voluntad, no entregarme a
las pasiones del corazón o a los procesos de la razón, solo oír a la sangre
para hallar el honor, esa es su herencia.
Hoy mamá sigue conmigo y ya me siento listo para verla partir, al fin
me convertido en lo que ella quería hacer de mí: “un hombre rebelde”. No puedo
darle ya mucho a mi madre, quizás sólo puedo ofrecerle mi amor eterno e
incondicional con la promesa de apoyarla en sus guerras. Ella siempre tuvo el
sueño de quitar la venda de los ojos a aquellos bipolares simiescos que pasaban
su vida ejerciendo hipocresías (políticos, maestros, médicos, trabajadores,
etc); ojalá así pudiera hacerlo, pero está ya tan cansada, ¡oh madre!, está tan
fatigada. Mi amada mamá, ya tiene un inmenso panteón déico para poder morir con
honor y volver a nuestra Aldea.
Yo aún lucho, aún peleo, aún sigo mi camino a la libertad, juré no
abandonar a mamá y pienso mantener mi palabra, lo juré ante Atenea y seguiré
con esa línea del honor. Si mis letras pueden llevar a algo, ese algo debe ser
el suave trastrocamiento del amor hacia mamá o el despertar de la conciencia
del lector que lleve esto en sus manos.
Yo, como guerrero, seguiré denunciando el engaño, pero ahora me
corresponde darle al lector un mensaje que mamá tiene para él, el mensaje de
una mujer que lo logró todo y que ahora puede marchar en paz con la obra
terminada y el trabajo realizado:
Texto extraído de “El Arco de Artemisa” – “Primer Episodio - Prefacios
de Batalla”.
Hijo mío, algún día serás un gran hombre, pero a veces
eres demasiado emocional o simplemente piensas demasiado sobre las cosas. Deja
de pensar tanto, la vida no se la piensa ni se la calcula, se la vive hasta el
momento en que descubres que puedes
alcanzar la libertad, una inmortalidad heroica que te convierte en un hombre
luchador.
A veces te veo
tan distante que me gustaría ir al mundo al que viajas con tu fantasía. Te he
visto tan confundido que me gustaría orientarte, pero sé muy bien que no puedo
ya que eres muy diferente a mí. Lo único que quiero es que vivas cada día como
si fuera el último ya que nunca sabemos cuando nos vamos a morir, quizás ya estamos muertos.
Sé que eres feliz, cariño, pero tienes que saber que
la vida cambia. Nada es para siempre, ni lo bueno ni lo malo y a veces te veo
tan feliz que me da miedo pensar en el momento en que la vida te empiece a
castigar. No quisiera que sufras pero
eso es algo por lo que todos los humanos pasamos.
Hijo, nunca te
pierdas, nunca abandones tus ideales y nunca te rindas, la vida es una guerra y
hay que saberla pelear. Quiero que seas un hombre luchador, quiero que tengas éxito en esta vida y, lo más
importante, no quiero que pierdas tu brújula. Quiero que sigas tus instintos sin importar lo que pase. Nunca dejes que los fracasos te derroten,
sigue adelante, hasta el final.
Hijo, tu madre cada día y año que pasa se hace más y
más vieja, quiero saber que estás preparado para luchar, yo no te abandonaré jamás.
Quiero recordarte algo que te enseñé hace mucho tiempo:
La vida es como una pieza teatral, no importa cuanto
se haya vivido, sino cuán bien se la haya representando. Es dulce o amarga;
corta o larga ¡qué importa! El que goza la halla corta y el que sufre la halla
larga, más el guerrero siempre la
hallará engañosa y aprenderá a descubrir ese engaño
Sufrir y llorar es vivir, el que no ha sufrido ni
llorado no conoce lo que es el bien ni el mal, no conoce a los hombres ni a sí
mismo. Mas el que no sufre ni llora
estará más allá del bien y del mal, pero ¿Cómo abandonar el dolor que jamás se
ha sentido? Conócete a ti mismo
No está la felicidad en vivir,
sino en saber vivir y alcanzar la libertad. No vive más
el que más vive, sino el que mejor vive y aprende a identificar todo aquello
que lo aprisiona: traumas, dolores, pasiones y uno mismo; no se mide la
vida sino el empleo que se hace de ella.
Sólo viven aquellos que luchan; aquellos a quienes
llena el Espíritu y la frente una firme aspiración: LIBERTAD Y VERDAD; aquellos que suben a la áspera cima de un alto
destino; los que marchan vigilantes,
inspirados por un fin sublime, un ideal honorable, teniendo delante de los
ojos el día y la noche, trascendiendo
más allá de la vida y la muerte y descubriendo que dentro de cada persona se
halla la verdadera divinidad del hombre victorioso.
Es probable que no entiendas lo que te digo ahora,
pero sé que un futuro no muy lejano lo comprenderás y harás aquello que yo no
pude: alcanzar la puerta de salida hacia nuestro Origen.
No te pierdas y lucha hijo mío, porque sólo
así tocarás la inmortalidad
Te ama
Tu mamá
G. Lycanon
Epitafio de una noche
Ojos bien cerrados, bien apretados, poniendo una frágil y efímera
puerta a la realidad. Parpados manchados y oscurecidos por las sombras del
ayer, una gran lágrima cristalina recorre un surco profundo, va cayendo
mientras tiene la esperanza de vivir su sueño esa noche.
Corre el agua tibia sobre aquel cuerpo maltratado, gotas que se acoplan
a sus pectorales, se deslizan por su abdomen e irremediablemente se pierden.
Mira cada recorrido, cada caricia tiene la esperanza de quedar ahí y no
escurrirse para siempre.
Cubre su piel de un profundo azul oscuro confundiéndose con la
oscuridad de la noche, anhelando ser descubierto, sentir un toque, un temor
suave...
Busca en el espejo alguna sonrisa, sabe que le quedan todavía, aquella
dulzura de cuando era solo un niño y la precocidad marcada en sus ojos
esmeralda perdidos de tanto ayer. Trata de hablar con su mirada y ve que nada
es suficiente para volver, su impaciencia le arranca la mascara de lobo
nocturno, aun allí aquel pianista enamorado de la luna mira en el espejo aquellas
noches de tanta pasión, cada fotografía tomada a su amada, cada parte de su
piel incrustándose en el fuego eterno de la desesperanza. Recuerda aquella
infancia tan llena de magia y amor, recuerda su prófuga pubertad llena de
placer en la soledad, recuerda aquella adolescencia llena de úteros vacíos y
luego rellenados. Veía tanta nostalgia en aquel espejo que le dolía mirar
atrás. En ese espejo no hay nada que le satisfaga.
Está listo, mira el reloj de pulsera y suspira, su mente se centra en
una hora aún distante. En la calle las luces navideñas, el ruido de toda la
gente agitada, los villancicos criollos, todo el intenso movimiento aumentan
sus dudas y temores. A través de una vitrina ve su entorno y su presencia insignificante.
Estallan las campanas de la plaza Murillo, su hora ha llegado, y no
esta en el lugar adecuado, le invade la desesperación, el ruido que hace el
tiempo lo persigue, a punto esta de alcanzarlo para robarle sus sueños. Escapa,
corre entre la noche y en su intento tropieza con borrachos, prostitutas y
maleantes, sin frenar su carrera llega al lugar indicado.
Una triste luz que emana de un pequeño farol, se recarga sobre el
huesudo poste, decide descansar y a lo que vino, esperar.
Llego a tiempo, solo queda esperar, lleva un cigarrillo a la boca, su
mirada se pierde con el humo y luego el frío lo obliga a encender otro.
Ha visto pasar el tiempo, pero su decisión es esperar. A cierta
distancia el frenético movimiento de la ciudad contrasta con su templada
paciencia.
El tiempo no se detiene, mientras espera la duda lo envuelve de ideas:
¿llegué demasiado temprano o demasiado tarde?, ¿Este es el lugar correcto?,
¿Seguro ya no viene?, ¿Espero sin motivo?..., ¿la seguiré esperando?....
Hace mucho que el tiempo se fue, su impaciencia se hace visible; un
paseo corto de ida y vuelta, un vistazo a lo lejos, otro cigarrillo que se
convierte en humo, sus constantes miradas a la hora y un suspiro que no acaba.
Ha escuchado estallar el tiempo en el suelo y convertirse en una inútil
espera, sabe que es tarde. Una lagrima, un sueño que se escurre por su mejilla
va trazando un surco asesino, matando la maldita esperanza, cae lentamente por
su hombro, luego avanza y se desliza por el poste muy aprisa, y en la fría
vereda se estrella y no queda sola por que hay otra con ella, y una tercera y
muchas otras, hasta que una desconsoladora tormenta estalla.
La luz del farol ya se fue, ya no deseaba ver, pero todavía no ha
terminado de llover. Las doce campanadas de media noche suenan en la calzada
desnuda resonando en un silencio calante. Suenan los villancicos de la iglesia
mientras el Redentor nace un año más, un árbol de Navidad es visible a lo lejos,
"Papa Noel agoniza" piensa él. Una hora más dos y el silencio se ha
apoderado de toda la ciudad, toda la gente se ha ido, la soledad es lo único
que le ha quedado como regalo de Navidad, allí en un rincón apenas visto, nadie
leer pudiera si la luz de la luna se fuera, un corto epitafio que acariciado
por las lágrimas de aquel pianista, resalta en bajo relieve "estar muerta
no significa que me dejes plantado..."
G. Lycanon
Crónica de una noche de discoteca
Una
jarra empañada, llena de fernet helado, me sirve como papel para escribir las
iniciales de su nombre. La tinta son los recuerdos que se niegan a ser
olvidados y las letras son como suspiros invisibles en medio de un lugar
impuro, impío.
Llegué
a la discoteca a las 9:00
de la noche, el lugar está atestado de gente sumergida en su temporal euforia.
Vienen conmigo tres amigos quienes tuvieron la gentileza de aceptarme en su
grupo para ingresar al club. Un muchacho alto, un joven universitario y una
chica apasionada con la moda, componen nuestra pequeña comitiva de prisioneros
del mundo en busca de distracción.
El
transcurso de la noche marca su ritmo al son de la música electrónica, la gente
disfruta del argumento nocturno como si realmente existiera. Ellos bailan, se
divierten, ríen, gritan y beben como si nada más en el mundo fuera importante.
Desde mi pequeño rincón, en medio del tumulto, me siento como una intrusa en
casa ajena, como una extraterrestre lejos de su mundo, como una letra fuera del
papel, y voy a la deriva mientras observo a la gente, tratando de no pensar, de
no sentir.
En
realidad, sólo vine para encontrarme con alguien, ese ser tan especial que amé
desde el día que lo conocí. Se trata de un chico amable, pero bastante
excéntrico. Su vida es el piano y los recuerdos que hicimos juntos. Vive
luchando para destruir su mundo de mentiras y aún busca la forma de retornar a
su Aldea de Origen. Recordarlo hace que la incómoda espera valga la pena, y mientras
lo espero, escribo sus iniciales en la jarra empañada, como si tratara de
detener el tiempo y hacer de cada segundo una obra de arte.
Mientras
trazo las letras, me remonto a los días en que ambos éramos felices. Eran días
de largos conciertos privados de piano, ambos amábamos tocar y nos turnábamos
para hacer al piano cantar. Eran días sin dolor, días simples, días de colegio,
días de juventud; aquellos eran nuestros días. Remontarme a aquel tiempo me
trae a la memoria la melodía del eterno adagio del amor, una melodía eterna que
solo puede ser interpretada con el corazón, desenmascarada con la sangre y
recreada con el Espíritu. Es una música perpetua importada a este universo
desde nuestra Aldea Original. Ya nadie puede oírla, sólo se puede recordarla y
anhelar volver a escucharla.
La
noche avanza y empieza a sonar ese horrible reguetón que todos adoran bailar y
escuchar. Al oírlo siento náuseas que pronto me conducen al baño para vomitar, mas
nada sale de mi estómago, sólo aire. Sin más remedio que esperar, regreso a mi
rincón y me siento para escuchar la conversación de los amigos que accedieron
hacerme compañía. Ellos conversan sobre tonterías bastante banales, debaten
sobre la disyuntiva de determinar quien tiene el mejor celular y luego hablan
de baratijas mentales que no llego a escuchar bien. Trato de intervenir en la
charla, pero soy totalmente ignorada. Son gente amable, pero, quizás, demasiado
simple.
Con
las horas empiezo a sentir desesperación, mi amado príncipe no llega y hoy me
juré a mi misma pedirle perdón por todo el daño que le hice. Las gotas de agua
se escurren por la jarra empañada, desfigurando las letras que tracé. Mi
angustia pronto se convierte en un mar de dudas y comienzo a pensar sobre las
posibilidades negativas de la noche. ¿Qué hago si no viene? ¿Qué hago si no me
quiere hablar? ¿Qué hago si no me perdona? ¿Qué hago si siento miedo al
verlo?... Nada tiene una respuesta y mientras más pregunto, más me desespero.
Cumbia
villera suena por lo alto, grandes turbas de gente simplona se reúne en la
pista de baile. Chicas que tratan de provocar el libido de los chicos. Chicos
que tratan de convertir a las chicas en sus amantes provisionales. Son personas
prisioneras de sus deseos, tratando de satisfacerse con los placebos que ofrece
la vida, así hacen su condena soportable. Es cierto, pasé gran parte de mi
tiempo haciéndolos sonreír, odio la tristeza y todos merecen reír un poco; y yo
fui experta en risas, abrazos y cariños.
Media
noche, parece que mi príncipe no vendrá. El humo del cigarro me irritó los ojos
y la música fuerte me provocó jaqueca. Además es bastante aburrido estar en una
discoteca sin tener a nadie con quien bailar. La gente me ignora, pasa mi
presencia por inadvertida y continúa su camino como si estuviera pintada. Sin mentir,
ya me acostumbré a la indiferencia de las personas, mis días de ser pianista
virtuosa o estrella de los escenarios se terminaron hace años. Incluso estoy
privada de hacer reír, dar cariños y abrazar a la gente. Había tomado la
decisión de ser olvidada. No quiero que nadie dependa de mí y eso sólo lo
lograré si corto toda relación con todos.
Treinta
minutos pasada la media noche y sigo sola e ignorada. Mi príncipe parece
haberme dejado plantada. Triste y resignada a mi fracaso, me alisto para irme, no
me despediré de nadie, estaré mejor en mi cotidiana soledad. De repente,
escucho su voz en la cercanía. ¡Mi príncipe había llegado!
Lo
primero que hace es sacar un cigarrillo y prenderlo, no pensé que habría
adquirido el hábito de fumar. Examina la discoteca con la mirada y se acerca a
los amigos quienes me acompañaron, al parecen son conocidos suyos. Los saluda
amablemente y viene con ellos hasta nuestra mesa. Él también me ignora, parece
que está muy molesto conmigo y se rehúsa a hablarme.
Lo
llamo con fuerzas, grito su nombre con toda la potencia de mis pulmones, sin
embargo, él hace oídos sordos. Intento sacudirlo, pero al tocarlo recuerdo la
terrible razón por la que me alejé de él. Mi príncipe fija su mirada en mí y
luego examina la jarra empañada. Ve sus iniciales escritas en ella y al lado
traza las iniciales de mi nombre mientras escurre una lágrima de su mejilla. –No te he olvidado–, afirma y luego se
sienta para servirse un trago con sus amigos, me ignora de nuevo.
Cuando
lo pienso mejor, me doy cuenta que pierdo mi tiempo al tratar de hablar con él.
Un amigo le pregunta que si se siente bien, él afirma que hoy recordó nuestro
onceavo aniversario. Trata de no llorar al hablar de mí y afirma que jamás me
olvidó y que me recuerda todos los días. Asegura que nuestra separación fue
solo un minuto misterioso del destino y que toda derrota en este mundo es una
victoria en otros cielos. Apaga su cigarrillo y prende otro, parece que trata
de ahogar su dolor con el humo del cigarro. Simplemente no me escuchará y no es
porqué no desee escucharme; sino porque yo ya estoy muerta.
G. Lycanon
miércoles, 26 de octubre de 2011
El Sótano
Despechado sujeto, con ganas de
unas vacaciones dentro de su propio terreno. Descendió al sótano de su casa.
Precisamente la había comprado porque tenía sótano y la idea le gustaba, además
del toque de distinción para un lugar del mundo en el que los sótanos no son
muy comunes.
Llevaba consigo un bidón con
cerveza temperatura ambiente; de todas formas, si la llevaba fría en algún
momento se calentaría y sería como tomar meada. Tenía pensado estar un buen tiempo allí, por
lo menos. Prendió la luz y se sentó en una pequeña silla. Miró en derredor para
familiarizarse más con el lugar, que si bien no le era desconocido ni mucho
menos, todos sabemos que eso, a la extrañeza, le importa tres carajos. Veía
estanterías llenas de libros, destacaban algunos de Coelho, Nabokov, Bukowsky y
Nimrod del Rosario. Allí, en medio de todos esos libros, alguno de tapa azul
que él mismo había escrito hace años, uno relacionado con Artemisa quizás. Y
aún más, tarros oxidados de pintura, partituras marchitas y unos cuantos ejemplares
de diarios viejos.
Comenzó a releer sus libros,
tenía una especial predilección por las novelas. Pasaron las horas, aunque él
no tenía reloj con el cual guiarse más que el biológico. Le dio sueño y se
quedó dormido en la silla. Cuando se despertó, todo se veía igual, después de
todo, era el sótano. Tomó unos sorbos de cerveza tibia y se echó un meo dentro
de uno de los tarros de pintura. Dio vueltas por el sótano y releyó algunas
noticias de los diarios. Tenía algo de hambre, pero no por eso quería comer. Se
rehusaba a hacerlo. Volvió a entretenerse con sus viejos libros, ya había
empezado con su propia obra. La vista le jugaba en contra, ya no era el mismo
de hace treinta años. Quiso tomar otro libro, pero se le cayeron algunos al
suelo, junto a unas cajas con chucherías. “Mierda”, pensó. Cuando iba a
levantarlo, una rata pasó a la velocidad de la luz por delante de él. Para
cuando intentó pisarla ya era demasiado tarde. Al rato se tiró al suelo a
descansar, y por el cansancio y las ayunas se durmió de nuevo. Soñó con Diana, su
amor de juventud, viendo los días que pasó a su lado, aquellos que jamás
volvieron, o que jamás ocurrieron. Alprazolam, aripiprazol, idantina,
fluoxetina, diasepan, risperidona, haldolina, ácido valpróico, un jugoso cóctel
de drogas que, en el pasado, le inyectaban en sus venas cada vez que sentía la
presencia de Diana a su lado. Tenía el cerebro hecho queso suizo y aún así
seguía añorándola: “aunque estés muerta, seguiré esperando a que regreses a
casa”, resonaba en sus sueños. Ya solo, con el epitafio de su melancolía por
Rusia en el pecho, terminó el sueño y se despertó. Tomó algo más de la cerveza.
Le dolía un poco la cabeza, pero para un viejo como él, aquello era lo que un raspón
en la rodilla para un futbolista, o un herpes vicioso en un actor porno. Cuando
se le aclaró la vista, vio a la rata, que lo miraba, erguida en dos patitas,
con los ojos vidriosos. Desconcertado, se quedó observándola. Se sentó en el
suelo, con las piernas flexionadas, abiertas, y esperó a ver que hacía el
roedor. La rata frotaba sus patitas delanteras. Lentamente se puso en cuatro
patas y se acercó tímidamente. La esperó, hasta que quedó al alcance de sus
manos, y la tomó. El animalito no se resistió. A esa altura, no le parecía
descabellado comérsela cruda. Sin embargo, le seguía resultando asqueroso
ingerir una rata, así que, paternalmente y sin pensarlo, la acarició. Sintió su
pelaje suave. Recordó el arte de las caricias, y esa ternura le provocó una profunda
nostalgia, él jamás conoció más caricias que las de las prostitutas. Tomó unos
hilos del suelo y los puso cerca de la rata, ella mordisqueaba juguetonamente las
hilachas mientras las asía con sus patitas. Decidió llamarla Lisa; le parecía
agradable, como las colegialas de segundaria que veía pasar desde las rejas de
su jardín delantero cuando era un niño, a las cuales saludaba diciéndoles
“adiós, chica lisa”.
Al cabo de unas cuantas horas ya
eran inseparables amigos. Él sentía tanta hambre para ese entonces que comenzó
a preocuparse por su amiga. Pero ésta no se iba de su lado. Resolvió llenarse
la panza con unos cuantos tragos de cerveza. No pensaba salir del sótano bajo
ningún punto de vista, se lo había jurado frente al espejo del baño la noche
anterior. Rebuscó entre las estanterías, sabía que habían algunas herramientas
por ahí. No encontró nada apropiado, pero algo había: una tijera de podar
herrumbrada. Luego de titubear un poco, decidió que su pierna izquierda sería
la elegida para el pequeño sacrificio. Hizo pinza con el pulgar y el índice
sobre una porción de su pantorrilla y con la otra mano ensayó el movimiento con
la tijera. Cerró los ojos, apretó los dientes y cortó, lo más rápido posible.
Experimentó un dolor placentero, de esos que tienen que ver con algún coito
violento, híper pasional. La sangre brotaba, oscura y espesa, se estrellaba en
el suelo. Le dio el pedacito de carne a Lisa, que gustosa comenzó a devorarla.
Una vez satisfecha, se fue a un
rincón a cagar para luego volver con su nuevo amigo, que yacía tendido en el
suelo. Durmieron juntos; ella sobre la espalda de él. Se despertó con una
fatiga insoportable, ya ni sentía casi el hambre. Lisa se veía inquieta, quién
sabe como él lo notaba, pero se sentía tan parte de ella, que se atribuía la
licencia de saber qué le pasaba a ella. Se cortó un pedazo del codo izquierdo y
se lo convidó. La veía devorarlo, y se ensimismaba en ella. Estaba absorto en
la adoración de un altruismo tan narcisista como afrodisíaco. Bebió algo de su
cerveza y, ya bastante debilitado se meó encima, adrede (¡qué más daba!). Lo
tibio de la orina lo relajó y se durmió con Lisa entre sus piernas, que
lengüeteaba la meada.
Despertó de un sueño en el que se ahogaba en un mar negro. Cuando se dio cuenta, tenía a Lisa dentro de su boca, pujando por entrar. La agarró de la cola y la regañó. Podía morir de hambre, pero no de soledad, ya pasó muchos años sin más compañía que su música y sus libros. Las horas pasaron; y los días se escurrían lentamente rumbo a un presagio jugoso, agrio como el final de una fábula. La última vez que el hombre estuvo consciente se durmió abrazando a la rata.
Lisa presenció la muerte del
hombre por inanición. Fue un gran convite entre ella y un par de roedores más
que la venían cortejando sin éxito copulativo alguno. Comieron y cogieron por
días. Como emperadores romanos se perdieron en orgías esplendorosas. Y aquél
sótano acogió el espectáculo de la vida, del pathos y del placer de la carne.
G. Lycanon
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