Esta reseña es un pendiente ineludible que, por trabajo y
otros quehaceres académicos, no tuve tiempo de realizar. Mas el tiempo por fin
fue indulgente y me permitió una apertura para hablar (o mas bien escribir)
sobre “Las Crónicas del Supay”.
Este texto llegó a mis manos como una cortesía muy gentil de
su autora, Sisinia Anze Terán, quien me facilitó una copia dedicada durante una
feria de autores organizada por el colegio Guido Villagomez Loma de la ciudad
de El Alto el pasado año. Aquella jornada de literatura fue especialmente
nutritiva para quienes tenemos el oficio de escribir. La interacción entre
autores, lectores, estudiantes y maestros tuvo un buqué especial, quizá
matizado por el dejo de misticismo que implicaba estar en el principal escenario
de una de las novelas de terror boliviano más escabrosas que existe; y es que
no es irrelevante mencionar que la unidad Guido Villagomez Loma es donde se
desarrollan las masacres en la novela “La Puerta”, de Daniel Averanga. Era una
jornada mística, lo era. Solo me faltó una botella de ron para matizar ese día
lleno de eventualidades para el anecdotario.
Sobre “Las Crónicas del Supay”, puedo afirmar que el relato
tiene una forma particular de mezclar el misterio con el revisionismo
histórico. Es destacable el trabajo de investigación que realizó Sisinia en
torno al origen de la cultura minera boliviana. Pero, ¿qué clase de cultura es
esa? Para un boliviano, hablar de las minas del altiplano es tan doméstico como
hablar sobre fútbol o política. Pero para quien está fuera de las fronteras
bolivianas es bueno aclarar que la gente de las minas andinas está
profundamente arraigada al temor y respeto al mismísimo diablo, ergo Lucifer,
ergo el Tío. Se trata de una mezcla gnóstica de paganismo luciférico y devoción
hacia una virgen que funge de amalgama entre lo maldito, lo terrenal y lo
sagrado. Ciertamente Sisinia logró hilvanar un ensayo descriptivo muy pulcro en
relación esta “cultura de las minas”; y más allá de eso, la autora no se
conformó con solo describir aquello que es evidente, sino que se propuso
indagar más allá con la finalidad de responder a una pregunta tácita y no
verbalizada acerca de las minas bolivianas: ¿quién es el Diablo?
Hablar del Tío, Diablo o Lucifer desde una óptica abrahámica
(sea cristiana, judía o islámica), queda fuera de todo contexto. El Tío de la
mina no es algo que un semita pueda imaginar. Hay que ser particularmente
hereje para indagar sobre la naturaleza perene y subterránea del Tío. “Las
Crónicas del Supay” nos conduce hacia los orígenes del mito. Es un viaje hacia
antiguos aquelarres de historias olvidadas, donde la desgracia y la muerte se
pueden convertir en una oportunidad única de lograr la eternidad. Bajo esa guía
argumental, el relato estriba sobre dos ejes narrativos. El primero de ellos,
desarrollado en tercera persona y ambientado en el año 2015, nos describe la
desdichada aventura de una turista que, por azares llenos de sentido, se
extravía en una mina del cerro Sumaj Orcko de Potosí. Tal turista, buscando la
salida de su naufragio forzoso en la mina, halla un antiguo diario el cual
relata la vieja y larga historia de un hombre que llega de Europa. A partir de
aquí el relato ingresa al segundo eje narrativo, planteado en primera persona y
ambientado en la oscura coyuntura europea del año 1337. Este segundo eje de
narración nos propondrá revisar la vida de un hombre de la alta alcurnia
europea cuya familia perece durante la Peste Negra. Enfermo, este hombre es
mordido por un ser sobrenatural que solo camina en las noches y necesita
alimentarse de sangre para vivir. Aquella mordedura hará de nuestro personaje
un ser inmortal que viajará a América para descubrir el increíble destino que
le depara.
El ritmo del relato tiene puntos de inflexión concretos
durante el desarrollo temporal de los hechos. Su cadencia marca una velocidad media
determinada cuya característica es la contemplación de hechos históricos muy
relevantes desde los ojos de nuestro inmortal personaje principal. Podemos
encontrarnos con Leonardo Da Vinci, la Reina Isabel de Castilla, Cristóbal
Colón, entre otros personajes famosos del fandome
de los historiadores. Y mientras más se desarrolla la historia, el misterio va
definiéndose hacia un horizonte concreto: América. Será, pues, en el Nuevo
Mundo donde nuestro personaje inmortal hallará su lugar. Es en ese momento
donde, al fin, es revelado el secreto de la identidad del Diablo. Un enigma
pagano que solo un hombre inmortal puede revelar para nosotros.
A mi criterio, “Las Crónicas del Supay” tiene un dejo muy
definido a Bram Stoker con tintes de Jeff Long durante su obra “El Descenso”.
Todo aquello se mezcla con un sabor a Dick E. Ibarra Grasso, Antonio Díaz
Villamil y una pizca de Robert Graves. En sí misma, la obra sabe a revisionismo
histórico entremezclado con una metafísica proveniente de las profundidades de
la tierra.
La forma narrativa es atractiva, la propuesta histórica es
vertiginosa y la intención de Spin-off
vampírico, sobrenatural y diabólico hace de “Las Crónicas del Supay” un relato
de avance ágil. En lo personal quedé bastante satisfecho al finalizar la novela
de Sisinia. Leerla es un buen pretexto para visitar al diablo y servirnos una
copa de vodka y sangre para hablar sobre el ser humano y su naturaleza caótica.
¿Por qué leer “Las Crónicas del Supay”? Pues simplemente para viajar en la
historia y enterarnos que pocas cosas son como los libros de historia las
cuenta. ¿Saben qué más? Colón y sus exploradores fueron los últimos en
descubrir América, pero fueron los primeros en atribuirse licencia de
explotación libre. Pero claro, el Supay lo sabía, y llegó para observar a los
hombres explotarse entre sí. Buen pretexto para tomarse un trago con él.
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