Andrew Wylie es el agente literario más importante del mundo y la industria editorial
lo conoce como "el Chacal"; critica a Amazon y desprecia a los e-books
El infausto "Chacal" de la industria
editorial, se ha convertido en un inesperado defensor de la literatura
de calidad. Hace 30 años, cuando su agencia revolucionó la somnolienta
industria de la representación de escritores, el mundo de la cultura lo
acusó de ser un mero comerciante. A medida que sus escritores empezaron a
cobrar anticipos millonarios y a convertirse en estrellas globales,
traducidos a decenas de idiomas, empezaron a mirarlo de otra forma. Se
hizo famoso por la dureza de sus técnicas de negociación y por su falta
de escrúpulos a la hora de robarles autores a otros agentes. Ahora tiene
más de 1000 clientes, como Philip Roth, Orhan Pamuk, Salman Rushdie y
los herederos de Roberto Bolaño, John Updike y Witold Gombrowicz, entre
muchos otros, incluida María Kodama, con quien gestiona los contratos de
reedición y traducciones de la obra de Jorge Luis Borges. "Admiro mucho
a María Kodama", dice Wylie, de traje y con una permanente media
sonrisa en los labios. "Hago todo lo que ella me dice."
En los últimos años, aquel viejo comerciante de la literatura, el que le había puesto precio al arte, se parapetó en la trinchera de los defensores de la alta cultura.
Lleva media década de campaña contra Amazon, a la que acusa de
arruinar el mercado editorial, maltratar a los escritores y subestimar a
los lectores. Se declara enemigo de los lectores digitales y desprecia
las áreas del mercado editorial (como las novelas románticas y de
espías) sin, a su juicio, valor literario. Famoso por su lengua afilada y
su sarcasmo constante, conversó con LA NACION en la Feria del Libro.
-El año pasado estuvo muy enojado. ¿Cuál es su estado de ánimo hoy?
-Extraordinario.
-¿Por la marcha de la industria del libro, de su agencia...?
-La industria editorial anda bien, va a sobrevivir. Por un
tiempo hubo gente que no estaba segura, y me incluyo, pero ahora estoy
convencido de que va a sobrevivir y que le va a ir bien. Además, cuando
la gente se entere de que leer en un Kindle da cáncer, Amazon va a perder participación de mercado.
-Veo que su bronca por Amazon no se ha suavizado.
-De hecho, sí. Ahora les tengo lástima. ¿Quién habría
pensado que su aparato causa cáncer? La lectura digital entonces va a
desaparecer y la edición en papel va a volver a crecer.
-Más allá del chiste, es cierto que las ventas de e-books se han amesetado.
-Se han amesetado. Además, si lo pensás bien, la lectura de e-books
es la parte más desechable del mercado. Se usa mucho para los thrillers
o las novelas románticas. Basura, libros que no querés mantener ni
mostrar porque te daría vergüenza que te vieran leyendo esas pavadas.
-¿Cree que este amesetamiento va a durar mucho?
-Almorcé hace poco con Markus Dohle, el nuevo jefe de
Penguin Random House, y me dijo que su compañía vende un 70% en papel y
un 30% en digital. Y que no le sorprendería si dentro de 50 años esos
porcentajes se mantienen así.
-El libro de tapa dura no corre peligro entonces.
-Para mí, no. Yo compro libros de tapa dura porque me
gustan. Si no puedo, compro un libro de bolsillo. Pero si quiero leer un
libro que está en tapa dura y en digital, lo compro en papel. A menos
que sea una bazofia.
-Existe una especie de consenso según el cual Amazon,
con sus precios bajísimos, perjudica a las editoriales y las librerías,
pero beneficia a los lectores. ¿Está de acuerdo?
-Quizá beneficia a los lectores pobres. Pero al final de
cuentas, los lectores pobres no tienen educación y, probablemente, van a
comprar basura. Por eso no me importa.
-Muchos están preocupados por la fusión entre Penguin y Random House. Usted no. ¿Por qué?
-Creo que es algo bueno para el mundo de los libros, porque
le da el 30% de la industria a una sola editorial. Si se peleara con
una editorial de ese tamaño, Amazon no podría darse el lujo de no contar
con sus libros.
-¿Todavía recomienda a las editoriales que dejen de ofrecer sus libros en Amazon?
-Bueno, eso era antes de enterarme de que el Kindle provoca cáncer. Ahora creo que el problema se va a arreglar solo.
-¿Qué es esto del Kindle y el cáncer?
-¿No te enteraste?
-Bueno, tengo un Kindle. Si es verdad, me gustaría saberlo.
-De ahora en adelante, más cigarrillos y menos Kindle.
-¿Cuál es su opinión del mundo editorial en castellano?
-Tengo desde hace tres años una oficina en Madrid, donde
estuve trabajando con el grupo Prisa. Dejame decirte que es una buena
noticia para los autores y para la edición en general que Alfaguara ya
no sea parte del grupo Prisa. Creo que la inestabilidad de Prisa ha sido
dañina para la editorial.
-Gestiona los derechos de muchos escritores muertos, como Borges o Bolaño. ¿Qué tienen de especial?
-Los derechos de autores fallecidos te dan autoridad.
Representamos a los herederos de Czes?aw Mi?osz, por ejemplo, y eso nos
ha dado una cierta entrée en ámbitos y lugares donde quizá no tendríamos entrée.
-El de García Márquez podría ser ahora otro de esos.
-La familia García Márquez y Carmen Balcells, su agente de toda la vida, son como carne y uña.
-¿Desde cuándo lo amedrentan esas cosas?
-Ya sé, pero acá no hay nada que hacer. La mujer y los hijos de García Márquez van a seguir con Carmen Balcells.
-¿No le parecen demasiados los 75 años tras la muerte del autor para que las obras pasen al dominio público?
-No. Es más, creo que los derechos deberían ser de los
herederos para siempre. Si la familia Shakespeare hubiera usado marcas
registradas, como hizo Walt Disney, hoy todos estaríamos yendo a
Shakespeare World en vez de Disney World. Si Lewis Carroll hubiera usado
marcas registradas en lugar de derechos de autor, hoy estaríamos yendo a
Wonderland. ¿Por qué todos los idiotas tienen buenos asesores legales y
a los genios no los asesora nadie? Así la cultura va desbarrancando.
Hasta terminar en el Kindle.
-Hace 20 años, los tradicionalistas lo acusaban de haber
transformado a la literatura en un gran negocio. Ahora usted parece el
último defensor de la alta cultura. ¿Cómo ocurrió esto?
-Siempre fue así. Cuando era joven, busqué trabajo en
editoriales. En las entrevistas me preguntaban qué estaba leyendo y mi
respuesta era Tucídides. Reaccionaban como si hubieran pisado caca de perro. "¿Tucídides?", decían. "¿Y no leés a James Clavell [autor de best sellers como Tai-Pan y Shogun] o a Robert Ludlum [El caso Bourne]?" Lo que me querían decir era que si quería trabajar en editoriales tenía que leer a los best sellers.
Y yo no quería, porque mi interés principal no era ganar plata. Mi
padre trabajaba en una editorial y mi tío era banquero. Adiviná quién
tenía más plata. Me di cuenta bastante rápido de que si quería hacer
plata, lo mejor era ir a Wall Street. Pero que si quería estar en la
industria editorial, quería leer cosas interesantes. Cuando era chico,
mi padre tenía tres tomos con las obras de Voltaire, y yo me sentaba
cerca de la chimenea para leer a Voltaire. Era genial. Quería el
equivalente de eso. Si además podía ganarme la vida, mejor. Después vi
que los mejores escritores tenían todos agentes muy modestos, que vivían
en departamentos asquerosos, con las ventanas tapadas de mugre, plantas
moribundas colgando del techo. Una pesadilla. Y al mismo tiempo gente
como Danielle Steel tenía todos estos abogados y agentes que ganaban una
torta de plata.
-Hay gente que protesta porque se editan demasiados libros. ¿Cree que la cantidad de libros buenos aumenta o decrece?
-Creo que aumenta. Hay una cantidad impresionante de buenos textos dando vueltas por el mundo.
-Tiene más de 1000 clientes y dice que supervisa cada
decisión en su empresa. ¿Hasta dónde puede crecer su agencia manteniendo
su identidad?
-Creo que se puede expandir indefinidamente, sin perder calidad. Quiero que sea como una biblioteca borgeana.
Publicado en LA NACIÓN
Realizado por Herán Iglesias
Comentario de Gaburah: 1. Phllip Roth me parece caca / 2. Cuando me pregunto: "¿Quien es el cojudo, el qué dice cojudeces o el que le hace caso?, llego a una conclusión con el solo hecho de haber publicado esto en el blog del Círculo de Amatista. Esta vez el pelotudo soy yo, el buen Gabu, y no el insufrible Wylie. Por favor, todos tenemos derecho a ser idiotas.