Nikola Tesla fue una de las mentes más brillantes de principios del siglo XX. Sin embargo, su legado nunca ha sido tan reconocido como ahora, cien años después. Además de enseñarnos a dominar la corriente alterna y de los inventos que descubrió antes que nadie, Tesla nos dejó multitud de predicciones que hoy siguen sorprendiendo.
El 30 de enero de 1926, el periodista John B. Kennedyentrevistóa Nikola para el programa de radio The Collier Hour. En un momento de la entrevista, el inventor predijo con una precisión asombrosa el smartphone actual:
“Cuando consigamos aplicar a la perfección la tecnología inalámbrica, toda la Tierra se convertirá en un enorme cerebro (…) Vamos a ser capaces de comunicarnos entre nosotros al instante, sin importar la distancia. No sólo eso: a través de la televisión y la telefonía vamos a poder vernos y escucharnos los unos a los otros tan perfectamente como si fuera cara a cara, aunque intervenga una distancia de miles de kilómetros. Y los instrumentos a través de los cuales podremos hacer esto serán increíblemente sencillos en comparación con nuestro teléfono actual. Un hombre podrá llevar uno en el bolsillo del chaleco”.
Por increíble que parezca, la cita es auténtica. Viene recogida en el libro Lightning in his hand: The life story of Nikola Tesla, una biografía publicada en 1964 (época en la que, evidentemente, tampoco existían los smartphones).
En la misma entrevista, Tesla habló sobre igualdad de género:
“Esta lucha de la hembra humana por la igualdad de género terminará con un nuevo orden sexual, con la hembra como superior. No será a través de la imitación física de los hombres como las mujeres conseguirán primero la igualdad y luego la superioridad, sino con el despertar de la inteligencia de la mujer”
Ah, si hubiéramos conocido esta palabra hace unos años, en el momento álgido de la crisis y los escándalos económicos. Este insulto era habitual en la Edad Media, cuando los cambistas solían limar un poco el canto de las monedas y acababan juntando unos cuantos kilos de oro o plata. Llamar raspamonedas a alguien es decir que es un ladrón. De guante blanco, eso sí.
2. Tragavirotes.
Las palabras compuestas son perfectas para el insulto y por eso forman el grueso de esta lista. Son sonoras y muy visuales, y dejan al insultador mucho más satisfecho. ¿Quedarte en llamar a alguien “estirado” cuando puedes decir “tragavirotes”? ¡Nunca más! En la RAE todavía aparece la palabra, pero está claramente en desuso. No lo estaba en 1611, cuando aparecía definida en el Tesoro de la Lengua de Covarrubias como “los hombres muy derechos y muy severos, con una gravedad necia, que no les compete a su calidad”.
3. Lechuguino.
También continúa en el Diccionario de la RAE, aunque no se use tanto como en el siglo XIX y a principios del XX. ¿A quién podemos llamar “lechuguino”? A cualquier muchacho joven e imberbe que empieza a intentar seducir a mujeres hechas y derechas fingiendo ser mayor de lo que es. Pero no se lo llames a la cara al pobre, seguro que destrozas su todavía joven y delicado ego.
4. Zurumbático.
“Crónica del rey pasmado” es un gran título para un libro (y posterior película), pero podría haber sido todavía mejor: “Crónica del rey zurumbático”. El término, todavía recogido en el Diccionario de la RAE, proviene del portugués soombra< sorumbático, equivalente a “asombrado”. Eso sí, más en su acepción de persona con mala sombra y temperamento sombrío. Claro que hasta el más melancólico y pesimista tendría que esbozar una pequeña sonrisa al escuchar que alguien le llama “zurumbático”.
5. Trapisondista.
Dice la RAE que un trapisondista es una persona que “arma trapisondas o anda en ellas”. ¿Sigues igual? Quizá no hayas leído suficientes novelas de caballerías y desconozcas el Imperio de Trapisonda, en Asia Menor, que existió de verdad y fue luego absorbido por los turcos, y del que Don Quijote llegó a imaginar que lo coronaban emperador. Las trapisondas son las hazañas inútiles y los trapisondistas los enredadores, los que se meten en líos casi imaginados de los que no sacan más que otros problemas.
6. Pisaverde.
La forma clásica de referirse a los metrosexuales, aunque en este caso además de preocuparse por su acicalado personal son conocidos por la superficialidad de su carácter, por interesarse solo por los galanteos y por afectar elegancia. Por supuesto, normalmente carecen de fortuna. Covarrubias en el Tesoro de la Lengua (1611) explica de dónde sale el término: “La metáfora está tomada del que atraviesa en algún jardín (…) que por no hoxxar los lazos va pisando de puntillas”.
7. Badulaque.
Aunque ahora relacionemos la palabra badulaque con la tienda de Apu en los Simpson, el significado real, todavía recogido por la RAE, es “persona necia, inconsistente” o “impuntual en el cumplimiento de sus compromisos”. Lo que no está tan claro es cómo se pasó de la primera acepción de la palabra, el afeite que usaban las mujeres en la cara, al insulto (que todavía se usa con distintas acepciones en Argentina, Chile y Ecuador).
8. Ser de la cáscara amarga.
Esta expresión ha pasado por varios significados, así que podemos escoger el que más nos guste: los de la cáscara amarga eran en el siglo XVIII, según el Diccionario de Autoridades, “hombres traviessos y valentones, que presumen de pendencieros y alentados”. A partir del siglo XIX empezó a utilizarse para referirse, de forma peyorativa, a los progresistas, a esa gente de vida licenciosa que se pasa el día discutiendo ideas sin sacar mucho en claro.
9. Estafermo.
Los estafermos son pasmarotes constantes, personas “paradas y como embobadas y sin acción”, según la RAE. Aunque literalmente se esté diciendo que esas personas “están firmes” (viene del italiano “stá fermo”), en realidad se les está comparando con lo que en el siglo XVII eran los estafermos: una figura de un hombre armado, espetado en un mástil, al que en las carreras se le golpeaba para que girase y diese con sus armas al corredor que venía detrás.
10. Malquisto.
Literalmente, “mal querido”, un malquisto es alguien tan odioso y aborrecible que es rechazado allá donde va. Sigue en la RAE como “mirado con malos ojos por alguien” y se usa en distintas formas y derivados desde el siglo XIV. Existe también como verbo: deja de enemistarte con alguien y empieza a decir que os habéis malquistado. Por lo menos suena más interesante…
11. Viceversa.
¿Usar la palabra “viceversa” para insultar a alguien? ¡Puedes hacerlo! Los viceversas son esas personas indecisas que no saben qué hacer o pensar, que acaban siendo contradictorios y cambiachaquetas (otro gran insulto, si lo piensas). Según cuenta Pancracio Celdrán en su Inventario general de insultos, el responsable de empezar a usar el adverbio como insulto fue el historiador Modesto Lafuente, que en el siglo XIX solía decir que “España es el país de los viceversas” para hablar de sus compatriotas ilógicos y contradictorios.
Lo conozco hace ya seis años y luego de este tiempo de trato
con él, he decidido que mi editor, Daniel Averanga Montiel, es un demonio de
inframundo disfrazado de alteño. Uno de esos raros bichos que solo a Jeff Long
se le pueden ocurrir y que parece haber emergido para dar testimonio del
infierno más elemental, casi lovecraftiano, del cual proviene.
Luego de largos ocho años de esfuerzo, finalmente el trabajo
de Daniel ha dado su primer fruto, traducido en el premio plurinacional de
novela “Marcelo Quiroga Santa Cruz”. Un veredicto por demás justo pues “La
Puerta” es un relato para el que Averanga se ha tomado todo el tiempo del
mundo. No lo maceró de la noche a la mañana, sino que fue producto de alcohol,
hostias, sudor y vesícula. De las 19 obras postuladas, el jurado integrado por Martín
Zelaya, Willy Muñoz, Andrés Laguna, Álvaro Pérez y Rodrigo Urquiola Flores,
decidió otorgar por mayoría simple el premio a la obra escrita por Daniel. ¡Y
ya era hora, carajo!
“El jurado destaca el trabajo polifónico en la estructura
narrativa que sostiene a esta novela y las pinceladas de humor negro”, señala
el acta del jurado. Y no es para menos, yo mismo aprendí la polifonía de
Averanga, no por nada es mi editor. Ha sido finalista en cuatro ocasiones del
Premio Franz Tamayo y publicado varias antologías con editorial 3600 y El
Cuervo. “Gritos Demenciales” y “Nuevos Gritos Demenciales” son dos esmerados trabajos
en pro de la narrativa de terror, compendios bien armados que Averanga impulsó con
toda la intención de afligir las almas de los mortales. “Vértigos”, antología
de cuento fantástico boliviano es otro trabajo disciplinado de Daniel que, como
antologador, logra sacar lo mejor de los autores a quienes llama a sus
antologías. Todo este curriculum sin duda habla de un compromiso con la
literatura. Conociéndolo, sé que ahora mismo Daniel debe estarse
regodeando con los elementales del infierno, abisales y ciempiés carnívoros en
la morada de Cthulhu; este merecido premio lo seguirá incentivando a llenar de
pánico las páginas del ideario literario boliviano. ¡Y que así sea! Sin
importar lo controversial que pueda ser él como autor, o su trabajo; más allá
de las antologías y las paranoias; este sujeto diabólico tiene una misión y un
compromiso con el caos. Eso es parte de la literatura de terror, es parte de lo
que escribe. Por eso, brindo esta noche propicia por el ganador del premio “Marcelo
Quiroga Santa Cruz”. Hágase la oscuridad.
Una mirada a la "nación" Supernova (Por Gaburah Lycanon Michel)
Es
bastante curioso asumir que en Bolivia se escribe bastante en comparación a lo
poco que se lee. Podría decir, sin ánimos de ofender, que la lengua castellana
alberga alguna clase de maldición patrocinada por la ignorancia de los pueblos.
Del 100% de hablantes de la lengua española, no más del 50% tiene hábito asiduo
de lectura en comparación a los hablantes de lengua alemana (muchos menos pero
más lectores), la lengua francesa, la lengua japonesa o inglesa. ¿Está el
español maldito? No, es una cuestión cultural. América Latina y España son
reductos de una cultura literaria vieja y rica cuyas sociedades no le dan el
valor que tiene. Mi editor suele decir: “si no tienes necesidad de leer,
entonces no leas”. Desde luego, yo discrepo categóricamente con tal afirmación,
pero no niego que algo de cierto hay en ella. Sin embargo, la literatura
castellana sigue avanzando y en Bolivia lo hace a un ritmo frenético. —No
mencionaré la cantidad de grandiosos títulos escritos en francés o inglés que
jamás se traducen al español—.
En un
sentido estrictamente cuantitativo, el corazón geográfico de Bolivia ha
empezado a mostrar grandes avances literarios en los últimos diez años. Nombres
como el de Edmundo Paz Soldán o Iván Prado Sejas ya tienen bastante tiempo
escribiendo desde una raíz arquetípica cochabambina —Cochabamba, región del
centro de Bolivia—, y en la década reciente han empezado a emerger nuevos
autores con ideas, también, innovadoras. Llamados por la localía y la
camaradería, los escritores cochabambinos tomaron la determinación de
confederarse bajo un pseudónimo grupal que poco a poco está escalando. El nuevo
colectivo recibe el nombre de “Supernova”.
Supernova
es una sociedad de escritores bolivianos que han enfocado todos sus esfuerzos a
la narrativa de fantasía, terror y ciencia ficción. Está compuesta por siete autores
de géneros diversos cuya concepción literaria puede vislumbrarse en la primera
antología de cuentos de la agrupación:
Vanessa Giacoman Landívar: Nacida en Cochabamba.
Licenciada en lingüística. Ganadora del Laurel de Oro 2012, Mención de honor
del concurso Plurinacional de cuento Adela Zamudio 2014. Se hizo de lectoría
con obras como “Luznar, el viaje misterioso”, novela infantil de fantasía; o “Sombras
siniestras” y “Antología de la sombras”, textos que se internan en las
oscuridades del terror. El trabajo de Vanessa explora ideas y situaciones
imbricadas de fenómenos sobrenaturales y místicos que vierten sus concepciones
de la existencia con el uso de un lenguaje claro y ágil. La locura de Giacoman
la hace más cuerda que muchos, desde mi ver; y es por esa razón que su
narrativa trata de hacer evidente aquello que a los ojos de los demás parece
esconderse —no, no hablo de una ontología axiomática ni mucho menos, sino del
valor mismo de las cosas—. Realiza obras de voluntariado para niños y jóvenes,
incentivándolos a escribir y leer.
Gonzalo Montero Lara “G-MON”: Nacido en Cochabamba.
Escritor, poeta, comunicador social, humorista, médico familiar y del deporte. Es
autor de textos como “Pétalos de sangre”, “Huellas de Luna”, “El misterio de
las Tres Tetillas” o “Viaje al fondo del bar”. Este pintoresco personaje
asemeja más a un alienígena infiltrado y registrado por los Men in Black. Durante la presentación de
la antología de Supernova no me habría extrañado ver a Will Smith (J) y Tomy
Lee Jhones (K), viniendo por G-MON debido a un trámite de migración de su
planeta. Su obra, al igual que él mismo, es una mirada a las posibilidades de
otros mundos, otros universos y otras realidades.
Dennis Morales Iriarte: Nacido en
Cochabamba. Biólogo, músico e ilustrador. Es autor de obras como “Venus
Reluciente”, “Nova”, “La Senda del Kharisiri” y “Waka–Waka”. Su obra, en lo
personal mi favorita en la antología de Supernova, es una mirada sociológica de
egrégoros alienígenas y hasta informáticos. Por su forma de narrar y la
orientación que le da a su narrativa tiene, a mi ver, una extraordinaria
semejanza con Jack Vance (etnólogo alienígena). Dennis sabe, o parece saber, la
manera en que las sociedades de otros mundos construyen sus vidas. En esa
óptica muestra al ser humano como una especie más entre las millones que pueden
estar habitando el universo en este momento, y no solo en mundos lejanos, sino
incluso en el nuestro. Después de todo, quién dice que la inteligencia
artificial de la red informática no ha cobrado ya vida propia. Para más
detalles, tendré una cita con Skynet en
la Matrix.
Iván Prado Sejas: Nacido en Cochabamba.
Escritor y psicólogo. Es autor de obras como “Amazonas, poder y gloria”, “Crepúsculo
en la noche de los tiempos”, “Samaypata” y “Hananpacha”. Iván hace ya tiempo
que viene siendo leído, por lo que sus años de trabajo valieron como cimiento
para el grupo Supernova. Su obra explora la cosmogonía andina, imbricada de la gnosis
ancestral, pero llevando la mitología a un nivel totalmente sobrenatural y
fantástico. No hablo de elegías épicas, como “La Ilíada” o “La Odisea”, sino de
una manera narrativa totalmente fluida. No es prosa poética la de Iván Prado,
sino una exploración profunda a las bases del mito andino en un lenguaje contemporáneo.
Todo ello en su aspecto cósmico, sobrenatural y místico.
Ronald Rodríguez Gonzales: Nacido en
Cochabamba. Magister en derecho de la empresa, músico y escritor. Premio nacional
de Literatura 2011. Coordinador de Supernova. Es autor de “Bolivia urgente” e “Hyperrealidad:
El evangelio de las profundidades”. Y siendo que esta página es sobre Sabiduría
Hiperbórea, puedo afirmar que el más hiperbóreo de todos los integrantes de
Supernova es, sin duda, Ronald. Su obra es capaz de identificar la Maya ilusoria de la realidad, internándose
en la mentira del Demiurgo y denunciando, conscientemente o no, la posibilidad
de fuga del Mundo Material y de las Formas Creadas. No creo que Ronald haya estado en contacto
con la Gnosis de Nimrod de Rosario, el Misterio de Belicena Villca ni nada
referido a la Sabiduría Hiperbórea; pero su trabajo me da fe que lleva un
Espíritu con afinidad hiperbórea. Debido a ello es que su narrativa logre,
desde la ciencia ficción, ver “más allá” de la matrix. En su trabajo, lleno de simbolismo, explora un género que migra
del cyberpunk al cybergrind.
Miguel Sequeiros Cardozo: Nacido en La
Paz. Administrador de empresas, escritor y, por lo que vi, aventurero. Es autor
de obras como “Sombras Siniestras”, “La eternidad del último abrazo”, “Sanguinum”
e “In Memoriam”. Tanto como compilador como autor, Miguel ha decidido ver cara
a cara las sombras de la maldad y el pánico. Lo suyo es el terror y logró
identificar en dónde se esconden los infernales elementales que aterrorizan el
alma de los bolivianos. Desde las minas de Potosí, Sequeiros nos trae un relato
brutal y macabro en la antología de Supernova; un texto que enfrenta al lector
con la perversión, la sangre y la muerte. Pero más aún, con ese dios, ese
Demiurgo, ese Jehovah-Satanás al que llaman “el Tío”. Un ser, o la faz de uno,
que vive en las minas bolivianas y que exige sangre, sacrificio y perdición
para dar veta. Es, sin duda, un relato con dejos hiperbóreos y con un matiz
escalofriante.
Ana Triveño Gutiérrez: Nacida en
Cochabamba. Licenciada en Comunicación Social y escritora. Es la autora más
prolífica de Supernova —y no es exagerar—. Lleva varios títulos publicados
hasta ahora, tales como “La Luna de Apolo”, “Cazador de Sombras”, “La Muerte
quiere morir”, “Sibelle para Benjamín”, “Canciones del corazón mojado” o “Recuerdos
del corazón perdido”. Su narrativa explora las posibilidades de situaciones
fantásticas que, a su vez, se inundan de misterio. Y si de misterio debo
hablar, su relato para la antología de Supernova abunda de enigmas. Lleva al
lector hasta las redes sociales —Facebook, estúpido Facebook—, y a la vida de
una muchacha normal, común y corriente que es acosada por entidades no tan
comunes ni corrientes. El mundo informático de Ana parece estar lleno de seres
que desean abandonar la matrix cibernética
para venir a la matrix realmente
material (la nuestra). ¿Para qué? Eso solo Triveño lo sabe.
Estos
autores, los reseñados en el presente artículo, han sido parte de la Antología
de Narrativa Fantástica y de Ciencia Ficción de Supernova. Son los miembros de
una nación, un egrégoro, un colectivo que está rastreando a otros autores
bolivianos que se ven en las tormentosas aguas de las letras. Un mundo
literario cuya rosa náutica apunta al norte del costumbrismo criollo, la
realidad cruda, el día a día y la desgracia pintoresca de la vida. Un mar donde
lo doméstico es lo natural, y donde el terror, la fantasía y la ciencia ficción
se están abriendo paso a la fuerza. Desde luego, ninguno de estos géneros es
nuevo ni mucho menos. En otras latitudes, la fantasía, el terror y la ciencia
ficción es lo que en Bolivia el costumbrismo criollo. Mientras los bolivianos
tenemos a un Augusto Céspedes o a un Franz Tamayo, los franceses tienen a un
Jules Verne o los greengos a un Edgar
Allan Poe. Pero en un sentido estrictamente local, los géneros emergentes bolivianos
son, lo que en otros países, tradición de fuerza inculcada por la necesidad de
ver “más allá”. No es que me “avergüencen mis polleras”, pero, es decir,
¡carajo! —valga el epíteto—, ya era hora que los bolivianos seamos más que
cholazos y nos convirtamos en alienígenas, fantasmas, demonios, entidades
informáticas o dragones.
Solo para
concluir, un brindis para los escritores que “las tienen bien puestas” y
apuestan por lo nuevo. Esperemos que Supernova crezca, avance, mute, evolucione
y siga realizando aportes valiosos que llenen las venas literarias (abiertas o
no) de Bolivia con esa nueva sangre fantástica, terrorífica y ficcional.
Pocas bandas han marcado época
como lo ha hecho Pink Floyd. La banda británica es hoy considerada como uno de
los referentes culturales del siglo XX. Se inició en las tendencias
psicodélicas de la música de los 70 y mutó hacia el rock progresivo hasta
llegar al New Opera gracias a sus
experimentos acústicos y el ensayo sónico. Es una banda conocida por sus
canciones con alto contenido filosófico. Y de todas sus obras, quizás una de
las más grandiosas y emblemáticas sea la legendaria Opera Rock titulada: «The Wall».
Obra dedicada a la
decadencia de la vida, «The Wall» vio
la luz en 1979 y fue compuesta casi en su totalidad por Roger Waters, extrayendo
también otros éxitos como «Comfortably
Numb» o «Run Like Hell»,
compuestos por Gilmour.
Más allá de las implícitas
connotaciones de la obra, cuya finalidad es denunciar los males de una sociedad
decadente basada en la más lúdica cultura de apología al sexo y las drogas, el
oscuro trasfondo de la obra subyace más allá del impresionismo crítico y se
traslada a un plano metafísico aún más sutil. Los martillos, los paramilitares
uniformados, el orden castrense, todos aquellos elementos que durante la
película parecen criticar las políticas fascistas de los años 40 y 50, son más
bien todo lo contrario; no una crítica en sí, sino un recordatorio no con la
intención de denunciar, sino de denotar.
Roger Waters se hizo una figura
aún más polémica desde el 2013 al empezar a denunciar al sionismo como catalizador
de los males mundiales. En ese respecto habló de «The Wall» como una catarsis a
los resultados de la Gran Guerra, implicando en entrevistas alguna clase de
afinidad con el Nacional Socialismo Alemán de finales de los años 30 e inicios
de los 40. Lo que puede dar interpretaciones inusitadas a la película «The Wall».
El simbolismo de la
obra no solo hace mención a una cultura fascista, sino que reprocha el
desatinado actuar de las células neonazis de su tiempo y las contrasta con el
original Nacionalismo europeo. La propia figura de Pinky —personaje principal
de la película—, se ve convertida, en sus laberintos mentales internos, en una
representación vívida de Adolf Hitler. La dicotomía abandona los facilismos
culturales del prejuicio y se adentra al origen arquetípico de los ismos.
Martillos cruzados, pero de
carpintero, haciendo una sátira del comunismo soviético. El pueblo con máscaras
saludando al líder, haciendo alusión al nazismo. El “dictador” tácito
convertido en drogadicto y estrella de rock frustrado por sus traumas de
infancia, caricaturizando al típico hombre de clase media y producido por el
paradigma liberal-capitalista; mayor logro de los aliados demócratas de la II
Guerra Mundial. «The Wall» resume a
los Soviéticos, Nazis y Aliados en una magnífica estratagema musical que, hacia
el final del filme, nos dice: “combatimos al enemigo equivocado”.
Las escenas psicodélicas de la
obra, haciendo apoplejía del sexo en toda su coital dimensión. La esposa
infiel. La madre posesiva. El maestro infame. La soledad y el abandono. El bullying
infantil. El pánico. La esquizofrenia. La total destrucción de la cordura. «The Wall» no solo nos habla de los
resultados del pasado, sino de las posibilidades de futuro y las premisas del
presente. Es un déjà vu agónico que no muere de facto, sino lentamente; con un
largo y estruendoso alarido. Es una advertencia para el que vive sin vivir, el
que hace sin hacer, el que habla sin saber. Por eso y mucho, mucho más, «The Wall» es una soberbia obra maestra. Musicalmente perfecta,
líricamente controvertida e icónicamente metafísica; en pocas palabras, una
legítima obra hiperbórea.