jueves, 29 de octubre de 2015

Sobre "El árbol que llora sangre" - Opinión y reseña de Gaburah L. Michel

Soy declaradamente adicto a la narrativa de ciencia ficción. Mas eso no constituye una limitante para explorar los géneros clásicos de la narrativa boliviana. Pasearme por la obra de Saenz o Tamayo, por ejemplo.

Sea por culpa de Raúl Salmón o Augusto Céspedes, de alguna forma mi contacto con el costumbrismo literario boliviano no ha sido del todo muy grato. A decir verdad, le tengo cierto grado de alergia a la cultura criolla que, al menos en el altiplano boliviano, ha mutado en la burguesía más chola jamás soñada desde la revolución de 1952. Jamás dejaré de maldecir a Víctor Paz Estensoro y al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) por ello. Oh, Paz Estensoro, el maldito bastardo hijo de puta jodió a Bolivia para la posteridad. Pero fuera de los contextos políticos que hacen al costumbrismo boliviano una suerte de paradigma descolonizador de arquetipos que jamás fueron legítimamente coloniales, la narrativa boliviana es postora de una magnífica precisión y meticulosidad a la hora de reflejar la realidad desde la perspectiva del pueblo. En este orden me fue nutritivo y grato hallar la obra de David Vildoso Lemoine.

«El árbol que llora sangre» es una novela romántica netamente perteneciente al género de la tragedia “boliviana” (sin hacer apología de la tragedia griega). Su estructura narrativa es de liviano porte, lo que permite que su lectura sea sumamente fluida. El hilo conductor de la obra orbita alrededor del amor de dos jóvenes, uno de ellos bastante desgraciado por los designios, que hacia el final del relato se encuentra con la certeza absoluta del cruel destino. Los ejes narrativos sostienen a la novela dentro del marco del más descriptivo costumbrismo y con precisas pinceladas de la coyuntura histórica del momento. Hablamos de los años de la Guerra Fría, las dictaduras en América Latina, el terror al Comunismo y las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial a largo plazo en los procesos históricos latinoamericanos. "Oír" del Che Guevara en la obra de David Vildoso no es una sorpresa, pues su trabajo de revisionismo histórico sitúa a la obra en un macrocontexto ideal para la reflexión sobre el pasado. Mas su óptica poco o nada tiene que ver con los tintes políticos coyunturales, sino mas bien con su profunda identidad boliviana. Por ello «El árbol que llora sangre» nos transporta mágicamente hacia un aspecto rural de Bolivia que, al menos de cara al extranjero, es desconocido.

Vista desde afuera, Bolivia es asociada con paisajes altiplánicos y rústicas caras aymaras. David Vildoso Lemoine ha abandonado las tierras altas y se ha internado en la cultura de los valles trasandinos donde los elementos culturales, étnicos y sociológicos son harto distintos. En el centro de Bolivia, departamento de Chuquisaca, existe el valle de San Pedro, lugar donde la novela se desarrolla. Los magníficos paisajes y la forma de vida natural de los pobladores enriquecen la lectura y encarrilan el relato en un amor adolescente totalmente distinto al concebido por Isabel Allende o Gabo Márquez (por decir algo). Esto significa, en pocas palabras, que el relato es original. La forma descriptiva de David, la manera en que dice las cosas, permite que la novela sea entretenida y fatalista al mismo tiempo. El misterio de los personajes impide al lector abandonar la lectura hasta no haber resuelto el laberinto de la historia. E incluso más allá, la desdicha de un romance como el expuesto por Vildoso conlleva, en sí misma, una sensación de circunspección y abandono. Lo que hace que la novela sea verdaderamente intrigante, muy propia de los géneros reflexivos. Si de alguna forma podría comparar «El árbol que llora sangre» con otras novelas, podría hacer la analogía con «Mi árbol de naranja-lima», de Mauro de Vasconcelos; o «Marielena» de Benjo Chávez.

Sobre David Vildoso, el autor. Es un escritor emergente, dotado para la narrativa y también amigo mío. He tenido la oportunidad de leer otros trabajos del autor y estoy convencido que tiene valiosos aportes para la literatura boliviana que, poco a poco, está mutando hacia nuevos puertos narrativos. De verdad espero que las próximas obras de David gocen de la calidad que tiene «El árbol que llora sangre», y que incluso la superen.

Esta mi opinión y análisis de la obra. La recomiendo mucho a mis lectores y a quienes siguen este blog. No es una obra de corte hiperbóreo, pero sí una aproximación a realidades demiúrgicas mimetizadas por el velo del ruralismo. Una mirada a la tragedia de la vida y la comedia de la muerte y una exploración profunda hacia uno de los arquetipos más peligrosos, viejos, intrapolados y expandidos de la especie humana: el amor.

Gaburah L. Michel