domingo, 1 de junio de 2025

Hacia una Ética de la Tragedia: Materialismo Crítico, Dolor y Sentido en la Experiencia Humana

 

En la era postmetafísica, donde los grandes relatos han colapsado y la religión ha perdido su hegemonía explicativa, el ser humano se enfrenta a la necesidad de replantear su condición. La experiencia humana, al mismo tiempo que sublime en su capacidad de raciocinio y empatía, se revela también como un accidente biológico, un emergente de procesos evolutivos ciegos e indiferentes. Desde una perspectiva de materialismo crítico existencial, este trabajo busca explorar la tensión entre determinismo biológico y libertad subjetiva, sufrimiento y semántica, tragedia y redención, en busca de una ética no basada en la prohibición, sino en la comprensión.

1. Emergencia y caos: entre la ley de Murphy y la improbabilidad de la conciencia

La Ley de Murphy, frecuentemente citada con tono irónico, establece que "todo lo que pueda salir mal, saldrá mal". Esta formulación, llevada al plano de los sistemas complejos, resuena con la teoría del caos y los atractores extraños (Gleick, 1987). La vida, en su emergencia, no responde a una intencionalidad ni a un telos, sino al despliegue de condiciones iniciales extremadamente improbables dentro de un cosmos regido por el azar y la selección natural (Monod, 1970; Dawkins, 1976).

El surgimiento de la conciencia humana puede entenderse como una propiedad emergente de la organización neural altamente compleja del córtex cerebral (Tononi, 2012). No hubo milagro ni plan, sino acumulación evolutiva de procesos adaptativos que, por un accidente bioquímico y epigenético, derivaron en la reflexividad consciente. La existencia humana es, por tanto, una eventualidad improbable, y no un acto de voluntad divina.

2. La naturaleza no busca sentido: sufrimiento, selección y tragedia

En el plano biológico, la vida se sostiene a través de una paradoja: debe destruirse para seguir existiendo. La cadena trófica, la depredación y la competencia intraespecífica no son defectos del sistema, sino su fundamento (Margulis & Sagan, 1995). La selección natural no promueve la felicidad, sino la eficacia reproductiva (Dawkins, 1976).

Sin embargo, el ser humano, a diferencia del resto de los organismos, ha desarrollado una conciencia de su propia finitud. Esto lo convierte en el único animal que sufre simbólicamente, que transforma el dolor en tragedia y el miedo en narración. En palabras de Becker (1973), el hombre es el único ser vivo que sabe que va a morir, y esa consciencia lo empuja a crear sistemas simbólicos para negar dicha finitud.

3. El problema del sentido: semántica, lenguaje y la invención del yo

En un universo sin diseño, la necesidad de sentido es una elaboración humana. El lenguaje, como sistema de codificación simbólica, ha permitido no solo la comunicación, sino también la ficcionalización del yo (Dennett, 1991). Creamos narrativas para ordenar el caos, para domesticar el absurdo. La semántica no existe en la naturaleza: es una tecnología mental emergida para interpretar el sufrimiento (Harari, 2015).

En ese contexto, el ser humano no es ni un dios ni un simio rabioso, sino una forma de vida vulnerable, limitada y contingente, tratando de navegar el inmenso océano del sufrimiento sensible y simbólico. Esa navegación, lejos de gloriosa, suele estar marcada por la angustia, la frustración y la inadecuación estructural a su entorno.

4. Redención sin juicio: hacia una ética no punitiva

Si, como sostiene Sartre (1946), "somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros", y si lo que nos hizo fue un proceso evolutivo ciego, ¿puede hablarse de culpa o responsabilidad ontológica? El sufrimiento humano no es consecuencia de una falta moral, sino de un exceso de conciencia. Por tanto, no puede fundarse una ética universal sobre la base del castigo o la interdicción, sino sobre la compasión informada.

Una ética lúcida —desprovista de premisas metafísicas, pero sensible a la condición humana— debe nutrirse de humildad epistemológica, de una mirada no arrogante sobre lo humano. Debe sustituir el juicio por la comprensión, y el deber por la responsabilidad compartida. La tragedia no es lo malo. Lo malo es fetichizar la tragedia, estetizar el dolor, y cargar de valor moral a lo que es, en su fondo, una condición natural.

Conclusión

No hay sentido alguno inscrito en los átomos del cosmos. No hay justicia, ni finalidad, ni destino. Pero eso no significa que no podamos construir una forma de estar en el mundo que respete el dolor del otro, que honre la fragilidad y que abandone el juicio. Si la tragedia es inevitable, la compasión podría ser nuestra forma de redención. No desde el dogma ni desde la esperanza, sino desde la lucidez.

Referencias

Becker, E. (1973). The Denial of Death. Free Press.

Dawkins, R. (1976). The Selfish Gene. Oxford University Press.

Dennett, D. (1991). Consciousness Explained. Little, Brown.

Gleick, J. (1987). Chaos: Making a New Science. Viking.

Harari, Y. N. (2015). Sapiens: A Brief History of Humankind. Harper.

Margulis, L., & Sagan, D. (1995). What is Life?. University of California Press.

Monod, J. (1970). Le Hasard et la Nécessité. Éditions du Seuil.

Sartre, J. P. (1946). L'existentialisme est un humanisme. Nagel.

Tononi, G. (2012). Phi: A Voyage from the Brain to the Soul. Pantheon.

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