En el torbellino de la modernidad, donde la técnica y la utilidad reinan como soberanas de la supervivencia humana, emerge una sombra persistente: la relativización del desarrollo. Esta narrativa, tejida en los telares de la academia contemporánea y propulsada por las corrientes de la izquierda progresista, pretende equiparar todas las formas de existencia cultural bajo el manto de una supuesta igualdad axiológica. Es un gesto que, en su aparente nobleza, oculta una maniobra de poder: la construcción de una superioridad moral que no busca comprender el fenómeno humano, sino disputar el dominio de las élites. Este ensayo, desde un horizonte filosófico, desmantela la falacia del igualitarismo cultural, exponiendo su incapacidad para enfrentar los hechos materiales que han configurado la historia y su dependencia de sofismas retóricos que enmascaran intereses políticos.
La izquierda progresista, en su afán por cuestionar este paradigma, ha abrazado una relativización que iguala el desarrollo técnico con formas no materiales de progreso: la cohesión comunitaria, la conexión espiritual, la armonía con la naturaleza. Los sistemas andinos de ayni (reciprocidad) o las cosmovisiones mayas del tiempo son presentados como equivalentes al acero europeo o la imprenta china (Viveiros de Castro, 2010). Esta equiparación, aunque seductora en su aparente justicia, ignora un hecho inescapable: los sistemas no técnicos no escalan para resolver los desafíos de la superpoblación o las crisis globales. La agricultura inca, admirable en su adaptación al altiplano, no podía sostener las densidades poblacionales de Pekín en el siglo XV, ni los glifos mayas podían competir con la imprenta para difundir conocimiento (Diamond, 1997). El desarrollo técnico no es un fetiche euroasiático; es la condición material que permite la supervivencia masiva.La falacia del buen salvajeEn el corazón del relativismo cultural yace una fantasía heredada del siglo XVIII: la del buen salvaje, reeditada por la academia poscolonial como una idealización de las culturas no euroasiáticas. Los relativistas retratan a los pueblos precolombinos, africanos o de Oceanía como víctimas inocentes de un colonialismo rapaz, ignorando las dinámicas internas de poder y violencia que caracterizaron estas sociedades. Los aztecas, con sus sacrificios humanos masivos, o los incas, con su sistema de mita opresiva, no eran angelicales (Clendinnen, 1991). Las culturas no euroasiáticas no eran más puras que las euroasiáticas, que se desgarraron en guerras intestinas desde la caída de Roma hasta las trincheras de Verdún. Sin embargo, los relativistas, en su afán por construir una narrativa de superioridad moral, eluden estas realidades y proyectan una imagen de las culturas colonizadas como portadoras de una virtud intrínseca.
Esta idealización no es un acto de comprensión, sino un sofisma político. Al presentar a las culturas no euroasiáticas como equivalentes en valor axiológico, los relativistas evaden la evidencia material: en 1492, Eurasia dominaba la pólvora, el acero y la navegación transoceánica, mientras que las Américas languidecían en la Edad del Bronce, con sistemas orales o cuasi-escritos como los quipus (Mann, 2005). Esta disparidad no es una cuestión de opinión, sino de arqueología y historia. Negarla bajo el pretexto de la diversidad es un ejercicio de miopía que no explica por qué los europeos conquistaron Tenochtitlán con un puñado de soldados, mientras que los aztecas no podían cruzar el Atlántico.El sofisma del “eurasiacentrismo”El término “eurocentrismo”, acuñado por el poscolonialismo, es un arma retórica que busca deslegitimar cualquier métrica de desarrollo que reconozca la ventaja histórica de Eurasia. Como señala la crítica, debería hablarse de “eurasiacentrismo”, pues el dominio técnico no fue exclusivo de Europa: China inventó la pólvora y la imprenta, India desarrolló el cero, y Persia perfeccionó la burocracia (Needham, 1986). Este término, en su imprecisión, revela su naturaleza sofística: asume que cualquier comparación basada en logros técnicos es un acto de supremacía cultural, cerrando el debate antes de que comience. Es un principio de petición que convierte el análisis histórico en un panfleto político.
Los relativistas no están interesados en entender el fenómeno humano; buscan disputar el poder entre élites. Al posicionarse como defensores de las culturas marginadas, construyen una autoridad moral que les permite competir con las élites tradicionales, ya sean económicas, políticas o académicas. Este juego de poder no es nuevo: la filosofía existencialista francesa de los años 70, con su énfasis en la subjetividad y el rechazo a las narrativas universales, fue cooptada por la izquierda progresista para legitimar sus aspiraciones (Foucault, 1975). Sin embargo, esta maniobra ignora los problemas locales de las comunidades que dicen representar, como la marginación de los pueblos andinos en la Bolivia contemporánea, y se enfoca en una crítica macro al dominio euroasiático que no ofrece soluciones prácticas.La inevitabilidad del desarrollo técnicoLa crítica relativista tiene un punto de contacto con la realidad: el desarrollo técnico tiene costos. La desigualdad moderna, comparable a la de la Roma tardía, y los desastres ambientales son subproductos de la técnica (Piketty, 2013). Pero estos costos no invalidan su necesidad. Sin la escritura, la metalurgia y la ciencia, la humanidad no habría superado la Peste Negra, ni habría conectado continentes, ni habría vacunado a millones contra el Covid-19. Las culturas precolombinas, aunque admirables en su adaptación al entorno, no podían sostener poblaciones del tamaño de las euroasiáticas ni resistir la conquista debido a su retraso tecnológico (Crosby, 1986). La geografía, con su generosidad desigual de animales domesticables y plantas cultivables, y el eje este-oeste que facilitó el intercambio cultural, dieron a Eurasia una ventaja que no puede ser relativizada (Diamond, 1997).
Si las Américas no hubieran sido colonizadas, su trayectoria habría sido distinta, pero es improbable que alcanzaran un nivel técnico comparable al de la Ilustración europea en milenios. La falta de animales de carga, el aislamiento geográfico y la ausencia de escritura alfabética habrían ralentizado su desarrollo (Mann, 2005). Esto no implica una inferioridad intrínseca, sino una desventaja material que los relativistas ignoran al equiparar todas las formas de desarrollo.Conclusión: La paranoia del igualitarismoLa relativización del desarrollo es una falacia que sacrifica la evidencia material en el altar de la superioridad moral. Al negar la primacía del desarrollo técnico, los relativistas construyen un igualitarismo falso que no explica el dominio euroasiático ni ofrece soluciones para los desafíos globales. Su narrativa, impregnada de sofismas como el “eurocentrismo” y la idealización del buen salvaje, no busca comprender el fenómeno humano, sino disputar el poder en un juego de élites. La historia, con su brutalidad desnuda, revela que el desarrollo técnico, con todos sus defectos, es la columna vertebral de la supervivencia humana a gran escala. Negarlo es, en efecto, una forma de paranoia que desvía la mirada de los hechos hacia un espejismo de igualdad axiológica.
Bibliografía
- Clendinnen, Inga. Los aztecas: Una interpretación. México: Fondo de Cultura Económica, 1991.
- Crosby, Alfred W. Imperialismo ecológico: La expansión biológica de Europa, 900-1900. Madrid: Crítica, 1986.
- Diamond, Jared. Armas, gérmenes y acero: Breve historia de la humanidad en los últimos trece mil años. Madrid: Debate, 1997.
- Fauci, Anthony S. “COVID-19: Lecciones aprendidas y desafíos futuros”. The New England Journal of Medicine, vol. 385, 2021, pp. 1991-1993.
- Foucault, Michel. Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión. Madrid: Siglo XXI, 1975.
- Mann, Charles C. 1491: Una nueva historia de las Américas antes de Colón. Madrid: Taurus, 2005.
- Needham, Joseph. Ciencia y civilización en China. Madrid: Alianza Editorial, 1986.
- Piketty, Thomas. El capital en el siglo XXI. Barcelona: Fondo de Cultura Económica, 2013.
- Viveiros de Castro, Eduardo. Metafísicas caníbales: Líneas de antropología postestructural. Buenos Aires: Katz Editores, 2010.
