lunes, 9 de noviembre de 2015

Una mirada hiperbórea a "The Wall"

Pocas bandas han marcado época como lo ha hecho Pink Floyd. La banda británica es hoy considerada como uno de los referentes culturales del siglo XX. Se inició en las tendencias psicodélicas de la música de los 70 y mutó hacia el rock progresivo hasta llegar al New Opera gracias a sus experimentos acústicos y el ensayo sónico. Es una banda conocida por sus canciones con alto contenido filosófico. Y de todas sus obras, quizás una de las más grandiosas y emblemáticas sea la legendaria Opera Rock titulada: «The Wall».

Obra dedicada a la decadencia de la vida, «The Wall» vio la luz en 1979 y fue compuesta casi en su totalidad por Roger Waters, extrayendo también otros éxitos como «Comfortably Numb» o «Run Like Hell», compuestos por Gilmour.

Más allá de las implícitas connotaciones de la obra, cuya finalidad es denunciar los males de una sociedad decadente basada en la más lúdica cultura de apología al sexo y las drogas, el oscuro trasfondo de la obra subyace más allá del impresionismo crítico y se traslada a un plano metafísico aún más sutil. Los martillos, los paramilitares uniformados, el orden castrense, todos aquellos elementos que durante la película parecen criticar las políticas fascistas de los años 40 y 50, son más bien todo lo contrario; no una crítica en sí, sino un recordatorio no con la intención de denunciar, sino de denotar.

Roger Waters se hizo una figura aún más polémica desde el 2013 al empezar a denunciar al sionismo como catalizador de los males mundiales. En ese respecto habló de «The Wall» como una catarsis a los resultados de la Gran Guerra, implicando en entrevistas alguna clase de afinidad con el Nacional Socialismo Alemán de finales de los años 30 e inicios de los 40. Lo que puede dar interpretaciones inusitadas a la película «The Wall».

El simbolismo de la obra no solo hace mención a una cultura fascista, sino que reprocha el desatinado actuar de las células neonazis de su tiempo y las contrasta con el original Nacionalismo europeo. La propia figura de Pinky —personaje principal de la película—, se ve convertida, en sus laberintos mentales internos, en una representación vívida de Adolf Hitler. La dicotomía abandona los facilismos culturales del prejuicio y se adentra al origen arquetípico de los ismos.

Martillos cruzados, pero de carpintero, haciendo una sátira del comunismo soviético. El pueblo con máscaras saludando al líder, haciendo alusión al nazismo. El “dictador” tácito convertido en drogadicto y estrella de rock frustrado por sus traumas de infancia, caricaturizando al típico hombre de clase media y producido por el paradigma liberal-capitalista; mayor logro de los aliados demócratas de la II Guerra Mundial. «The Wall» resume a los Soviéticos, Nazis y Aliados en una magnífica estratagema musical que, hacia el final del filme, nos dice: “combatimos al enemigo equivocado”.

Las escenas psicodélicas de la obra, haciendo apoplejía del sexo en toda su coital dimensión. La esposa infiel. La madre posesiva. El maestro infame. La soledad y el abandono. El bullying infantil. El pánico. La esquizofrenia. La total destrucción de la cordura. «The Wall» no solo nos habla de los resultados del pasado, sino de las posibilidades de futuro y las premisas del presente. Es un déjà vu agónico que no muere de facto, sino lentamente; con un largo y estruendoso alarido. Es una advertencia para el que vive sin vivir, el que hace sin hacer, el que habla sin saber. Por eso y mucho, mucho más, «The Wall» es una soberbia obra maestra. Musicalmente perfecta, líricamente controvertida e icónicamente metafísica; en pocas palabras, una legítima obra hiperbórea.

(Proyecto OVNIS, La Revista)


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