viernes, 3 de noviembre de 2017

El Libro de las Sombras (por Gaburah L. Michel)

Es innegable que el autor del “Libro de las Sombras” tiene una opinión antagónica de los Nacional-Socialistas Alemanes (Nazis), respecto a la que los hiperbóreos promedio suelen tener. Asimismo, el “Libro de las Sombras” puede hallarse en contradicción con ciertas estratagemas de la Gnosis Hiperbórea. Pero a pesar de estos ismos de forma, la obra de Ronald Rodríguez es mucho más que sombras y con una fuerte ascensión hiperbórea desde el mismo momento de reconocer la existencia de un Demiurgo, bastardo o no.

Este tomo de la “Hyperrealidad”, propuesta por Rodríguez, verte sobre la consciencia colectiva una serie de símbolos y sus significaciones dentro del mundo de la nada. Como una especie de analogía a las aristas y los ángulos en las runas vikingas, propuestas como la representación sígnica de la Lengua de los Pájaros. No nos hallamos frente una obra meramente literaria, sino ante un texto gnóstico en todas sus proporciones.

El relato nos abre las puertas a los eventos acontecidos a una serie de personajes entre los que destaca un adolescente, un policía boliviano, un militar Nacional-Socialista (Nazi), un empresario logiero; y la que es, en mi opinión, la más significativa representación sémica de la obra, una mujer con un auténtico registro multiverse de incontables vidas en diversos tiempos y espacios. En medio de esta orquesta de eventos, Rodríguez nos presenta a los guardianes de la sabiduría antigua y los seres que saltan entre universos para encontrarse con la fuente de la verdad última. La obra es una verdadera locura que pone al lector agudo al filo de su propia conciencia, y al lector lego, en el entredicho de la confusión.

Literariamente hablando, el “Libro de la Sombras” tiene no uno, sino múltiples ejes narrativos con arcos argumentales abruptos en medio de una larga metáfora expresionista con dejos abstractos. El que el autor emplee un lenguaje tan oblicuo con sentidos cifrados no es, de ninguna forma, un capricho barroco. No se puede hablar de gnosis sin profundizar en la semiología que la precede. Por lo mismo, la obra de Rodríguez nos presenta situaciones mundanas en un estilo brutal y siniestro. Tal como lo harían los expresionistas alemanes del siglo XX, el “Libro de la Sombras” no aspira imitar la realidad, no analiza causas ni hechos, sino que el autor busca la esencia de las cosas, mostrando su particular visión. La obra se adentra en la existencia humana poniendo de forma explícita su aspecto más terrible y descarnado, adentrándose en temáticas como la sexualidad, la enfermedad y la muerte; y enfatizando aspectos como lo siniestro, lo macabro, lo grotesco. Se siente un tono épico, exaltado, renunciando a la gramática clásica y a las relaciones sintácticas lógicas, con un lenguaje preciso, crudo, concentrado.
 
Me impresionó profundamente la similitud entre la obra de Ronald Rodríguez con la de los expresionistas Georg Büchner y Frank Wedekind. Pero allí subyace un elemento aún más abstracto puesto que el “Libro de las Sombras” tiene un profundo dejo a Frank Miller. En variados párrafos es inevitable evocar a “Sin City” cuando el policía protagonista de la obra realiza sus brutales masacres. El agente Mateo Bryce es como un Marv maquiavélico y excitado en medio de la Ciudad del Pecado. Otros parajes se sienten como Lovecraft mientras que en otros salta a la mente la mismísima Belicena Villca. Mientras Ximena, actriz y protagonista de la narración, va saltando entre universos, los antiguos se manifiestan desde inescrutables agujeros anamnésicos para hacer su emergencia en la esfera consiente.


Desde muchos ángulos, el “Libro de la Sombras” puede constituir una obra nutritiva, pero es requisito básico detentar una predisposición gnóstica para hallar la sustancia de la obra. Fue sustanciosa para mí, y estoy seguro que lo será también para otros.      

jueves, 2 de noviembre de 2017

La Puerta (por Gaburah L. Michel)

De Bosnia-Herzegovina a Japón, de Ruanda a Estados Unidos, de Bolivia hasta el mismísimo infierno; me fui dando cuenta, mientras leía “La Puerta” de Daniel Averanga, que la multitudinaria fauna de pesadillas que habita el planeta Tierra no se limita únicamente a la imaginación del ser humano, sino que esa espesura de maldad, dolor y martirio es tan palpable como nuestros propios cuerpos. Asumí entonces, por signos inefables, que Daniel decidió empezar su novela con ese toque turístico en cuyo paquete queda incluida la visita al museo de los fetiches más retorcidos de maníacos y psicópatas, para capturar a los incautos que hacemos turismo en el inframundo. Es de esa manera que empezó la novela, fue así como me capturó; viajando por las pesadillas de cada continente.

Lo que vino después tenía sabor a localía, a esa incidente paranoia hacia lo arcano, lo megalítico y ancestral. ¿Qué podría esperar uno al abrir una puerta? Existen miles de posibilidades, pero jamás alguien podría esperar que la muerte coexista dentro de la misma puerta, abyecta en su ser como un parásito purulento, totalmente ajena a los umbrales que la rodean. Y claro está, nada mejor que rememorar la niñez para recordar el porqué de todos los miedos. Entonces ahí estaban, un grupo de niños en un aula de una maldita escuela de Ciudad Satélite, rodeados de una maldad y corrupción como solo a Cthulhu podría ocurrírsele. Un asesino de apellido con dejo italiano, totalmente servil a la causa de la nigromancia. Adolescentes e infantes masacrados bruñendo las garras del demonio. Y un misterio, un gran misterio.

Cuando recuerdo los días de tétrica compañía que viví junto a “La Puerta”, no puedo evitar rememorar “El Descenso” de Jeff Long, o “La casa en el confín de la tierra” de Hope Hodson; lo digo porque cada una de estas obras es poseedora de una médula linfática en común: lo sobrenatural. Médula por que el hilo conductor siempre estriba en el enigma de lo atávico, y linfático por la inminente presencia del cuestionamiento a lo existente desde el ángulo de la muerte, eso en desmedro de la sangre dadora de vida. Es linfa, pura linfa; “La Puerta” es ese escalofrío atestado de macrófagos que terminarán, tarde o temprano, por coagularte el alma durante unos segundos. Entonces el misterio empieza a respirarte, a usarte como hematíes para alimentar su propia postura de sentido. Frente a ti está aquello que niegas ver de frente, estás ante la maldad, y entonces existe esa puerta endemoniada cuyo aspecto descuidado no inspira sospecha desde el inicio. Es así como la lectura sigue su curso y entonces, cuando menos lo esperas, resulta realmente complicado dejar de leer. No, no logras detenerte. No porque Daniel haya seguido meticulosamente una disciplina narrativa que siempre funciona. No es por el hecho de llegar al trasfondo de las muertes, las torturas y las masacres. No es por tratar de vislumbrar un desenlace que acabe con la pesadilla. Se trata de algo mucho más inmerso en lo paranormal.

Quizás “La Puerta” de Daniel Averanga sea un libro maldito. Es posible que los demonios
que fueron invocados en las páginas de esa obra se rehúsen a ser postergados a la imaginación del lector. No importa saberlo. Los cerdos-humanos de Hodson y los abisales de Long hacen uso y abuso del lector para trascender al mundo de los vivos; por eso mismo, siendo totalmente parapsicológico en esto, podría jurar que el demonio que habita en “La Puerta” hará algo muy similar con sus lectores. Es un riesgo realmente seductor, muy seductor. Recordaré eso, como aprendiz de escritor, cuando me toque dejar “mala leche” en aquellos que compartan mis pesadillas. El resto se lo dejo a Daniel, después de todo él es el experto en terror, masacres, muertes, sufrimiento, demonología y otras oscuridades.

   

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Entrevista en AbyaYala


Una entrevista gentilmente convocada por Saraí Amoros para Abya Yala de Televisión a propósito del inicio de operaciones del Círculo de Amatista Ediciones.

Entrevista en ATB sobre Praetorian


Una excelente entrevista en ATB para anunciar la publicación de Praetorian el pasado 4 de agosto de  2017. Un agradecimiento a Tania Sandoval por la gentileza de brindar cámaras y micrófonos para difundir el evento.

domingo, 5 de febrero de 2017

Las Crónicas del Supay (por Gaburah L. Michel)

Esta reseña es un pendiente ineludible que, por trabajo y otros quehaceres académicos, no tuve tiempo de realizar. Mas el tiempo por fin fue indulgente y me permitió una apertura para hablar (o mas bien escribir) sobre “Las Crónicas del Supay”.

Este texto llegó a mis manos como una cortesía muy gentil de su autora, Sisinia Anze Terán, quien me facilitó una copia dedicada durante una feria de autores organizada por el colegio Guido Villagomez Loma de la ciudad de El Alto el pasado año. Aquella jornada de literatura fue especialmente nutritiva para quienes tenemos el oficio de escribir. La interacción entre autores, lectores, estudiantes y maestros tuvo un buqué especial, quizá matizado por el dejo de misticismo que implicaba estar en el principal escenario de una de las novelas de terror boliviano más escabrosas que existe; y es que no es irrelevante mencionar que la unidad Guido Villagomez Loma es donde se desarrollan las masacres en la novela “La Puerta”, de Daniel Averanga. Era una jornada mística, lo era. Solo me faltó una botella de ron para matizar ese día lleno de eventualidades para el anecdotario.

Sobre “Las Crónicas del Supay”, puedo afirmar que el relato tiene una forma particular de mezclar el misterio con el revisionismo histórico. Es destacable el trabajo de investigación que realizó Sisinia en torno al origen de la cultura minera boliviana. Pero, ¿qué clase de cultura es esa? Para un boliviano, hablar de las minas del altiplano es tan doméstico como hablar sobre fútbol o política. Pero para quien está fuera de las fronteras bolivianas es bueno aclarar que la gente de las minas andinas está profundamente arraigada al temor y respeto al mismísimo diablo, ergo Lucifer, ergo el Tío. Se trata de una mezcla gnóstica de paganismo luciférico y devoción hacia una virgen que funge de amalgama entre lo maldito, lo terrenal y lo sagrado. Ciertamente Sisinia logró hilvanar un ensayo descriptivo muy pulcro en relación esta “cultura de las minas”; y más allá de eso, la autora no se conformó con solo describir aquello que es evidente, sino que se propuso indagar más allá con la finalidad de responder a una pregunta tácita y no verbalizada acerca de las minas bolivianas: ¿quién es el Diablo?

Hablar del Tío, Diablo o Lucifer desde una óptica abrahámica (sea cristiana, judía o islámica), queda fuera de todo contexto. El Tío de la mina no es algo que un semita pueda imaginar. Hay que ser particularmente hereje para indagar sobre la naturaleza perene y subterránea del Tío. “Las Crónicas del Supay” nos conduce hacia los orígenes del mito. Es un viaje hacia antiguos aquelarres de historias olvidadas, donde la desgracia y la muerte se pueden convertir en una oportunidad única de lograr la eternidad. Bajo esa guía argumental, el relato estriba sobre dos ejes narrativos. El primero de ellos, desarrollado en tercera persona y ambientado en el año 2015, nos describe la desdichada aventura de una turista que, por azares llenos de sentido, se extravía en una mina del cerro Sumaj Orcko de Potosí. Tal turista, buscando la salida de su naufragio forzoso en la mina, halla un antiguo diario el cual relata la vieja y larga historia de un hombre que llega de Europa. A partir de aquí el relato ingresa al segundo eje narrativo, planteado en primera persona y ambientado en la oscura coyuntura europea del año 1337. Este segundo eje de narración nos propondrá revisar la vida de un hombre de la alta alcurnia europea cuya familia perece durante la Peste Negra. Enfermo, este hombre es mordido por un ser sobrenatural que solo camina en las noches y necesita alimentarse de sangre para vivir. Aquella mordedura hará de nuestro personaje un ser inmortal que viajará a América para descubrir el increíble destino que le depara.

El ritmo del relato tiene puntos de inflexión concretos durante el desarrollo temporal de los hechos. Su cadencia marca una velocidad media determinada cuya característica es la contemplación de hechos históricos muy relevantes desde los ojos de nuestro inmortal personaje principal. Podemos encontrarnos con Leonardo Da Vinci, la Reina Isabel de Castilla, Cristóbal Colón, entre otros personajes famosos del fandome de los historiadores. Y mientras más se desarrolla la historia, el misterio va definiéndose hacia un horizonte concreto: América. Será, pues, en el Nuevo Mundo donde nuestro personaje inmortal hallará su lugar. Es en ese momento donde, al fin, es revelado el secreto de la identidad del Diablo. Un enigma pagano que solo un hombre inmortal puede revelar para nosotros.

A mi criterio, “Las Crónicas del Supay” tiene un dejo muy definido a Bram Stoker con tintes de Jeff Long durante su obra “El Descenso”. Todo aquello se mezcla con un sabor a Dick E. Ibarra Grasso, Antonio Díaz Villamil y una pizca de Robert Graves. En sí misma, la obra sabe a revisionismo histórico entremezclado con una metafísica proveniente de las profundidades de la tierra.

La forma narrativa es atractiva, la propuesta histórica es vertiginosa y la intención de Spin-off vampírico, sobrenatural y diabólico hace de “Las Crónicas del Supay” un relato de avance ágil. En lo personal quedé bastante satisfecho al finalizar la novela de Sisinia. Leerla es un buen pretexto para visitar al diablo y servirnos una copa de vodka y sangre para hablar sobre el ser humano y su naturaleza caótica. ¿Por qué leer “Las Crónicas del Supay”? Pues simplemente para viajar en la historia y enterarnos que pocas cosas son como los libros de historia las cuenta. ¿Saben qué más? Colón y sus exploradores fueron los últimos en descubrir América, pero fueron los primeros en atribuirse licencia de explotación libre. Pero claro, el Supay lo sabía, y llegó para observar a los hombres explotarse entre sí. Buen pretexto para tomarse un trago con él.