miércoles, 16 de julio de 2025

La génesis emocional de la qualia: Una conjetura materialista de la conciencia, el pensamiento y la experiencia subjetiva

Resumen

Este ensayo propone que la cognición humana, la autoconciencia y la percepción del mundo —en suma, la qualia— no emergen a partir de una razón autónoma, sino como una construcción secundaria fundada en las emociones, las cuales a su vez se hallan determinadas por estructuras neurobiológicas configuradas genéticamente. En este modelo, la cultura, el entorno y la historia de vida funcionan como moduladores periféricos, pero no como arquitectos del pensamiento. Se expone así una teoría materialista de la conciencia que plantea la ausencia de agencia y libertad real, alineándose con un determinismo neurobiológico duro. Esta propuesta se enmarca dentro de una corriente que denominamos materialismo crítico existencial, según la cual el ser humano es un producto emergente de procesos materiales emocionales que semantizan la existencia bajo condiciones sin dirección ni trascendencia.

1. Introducción: pensar desde el sentir

Durante siglos, la tradición filosófica occidental ha postulado que el pensamiento racional es la esencia de la humanidad, subordinando las emociones a un plano inferior de la experiencia. Esta herencia cartesiana ha sido desmontada progresivamente por la neurociencia contemporánea, que demuestra que la cognición no puede entenderse sin su base emocional. Este ensayo parte de una tesis central: el pensamiento no precede al sentir, sino que lo sigue; y lo que sentimos está biológicamente determinado.

Esta inversión radical en el orden de la experiencia subjetiva tiene profundas consecuencias filosóficas, ontológicas y clínicas. Si lo que pensamos sobre nosotros mismos, sobre el mundo y sobre lo que somos está mediado por cómo nos sentimos, y si lo que sentimos está condicionado por la arquitectura del cerebro, entonces la conciencia misma emerge como un producto indirecto de la biología afectiva.

2. Neurobiología del afecto: el cerebro emocional como cimiento

La evidencia neurocientífica ha mostrado que las emociones no son respuestas accidentales sino estructuras funcionales esenciales del cerebro. Áreas como la amígdala, el hipotálamo, el núcleo accumbens, la ínsula y el sistema límbico operan como plataformas emocionales primarias.

Antonio Damasio, en El error de Descartes (1994), demuestra que sin emoción, no hay decisión posible. La razón pura, desprovista de afecto, no opera de manera funcional.

Jaak Panksepp, pionero de la neurociencia afectiva, identifica siete sistemas emocionales básicos en mamíferos que sostienen la conducta: búsqueda, ira, miedo, deseo sexual, apego, juego y pánico por separación (Affective Neuroscience, 1998).

Joseph LeDoux plantea que la conciencia emerge a partir de estructuras emocionales primitivas que fueron evolucionadas para la supervivencia, no para la reflexión o la moralidad (The Emotional Brain, 1996).

3. La emoción determina el pensamiento

La manera en que una persona estructura el mundo racionalmente depende de cómo lo siente. El pensamiento es una narrativa organizada en torno a un tono afectivo subyacente.

En psicología del desarrollo, se ha mostrado que los estilos de apego emocional en la infancia determinan patrones de pensamiento sobre el yo, los otros y el mundo (Bowlby, 1988; Fonagy et al., 2002).

El filósofo Thomas Metzinger, en Being No One (2003), sostiene que el yo es una construcción simulada por el cerebro, y esta simulación nace en las matrices afectivas de la autopercepción corporal.

Por tanto, no hay pensamiento neutro. Toda racionalidad es afectada. Toda interpretación del mundo está atravesada por la disposición emocional con que es procesada.

4. La ilusión del libre albedrío: determinismo emocional

Si la base emocional de la conciencia está determinada biológicamente, entonces la agencia y la libertad no son más que ficciones evolutivas adaptativas.

Galen Strawson (1994) sostiene que nadie puede ser causa de sí mismo, y por tanto, la responsabilidad absoluta es una ilusión lógica.

Benjamin Libet (1985) y sus experimentos sobre la anticipación cerebral de decisiones conscientes revelan que el cerebro decide antes de que el sujeto sienta que decide.

Patricia Churchland, en Braintrust (2011), defiende una ética naturalista donde la moral emerge de las emociones sociales antes que de la razón deliberativa.

La percepción de libertad, entonces, es una experiencia semántica que organiza la conducta, pero que no representa una libertad ontológica real.

5. El rol periférico de la cultura

Aunque el entorno y la historia de vida afectan la experiencia, su impacto está filtrado por la estructura emocional de base del individuo, que es en gran parte inmodificable.

Dos personas con experiencias similares pueden interpretarlas de manera radicalmente distinta, porque sus estructuras afectivas son diferentes.

La cultura, el lenguaje, la historia —aunque importantes— son interfaces semánticas organizadas sobre núcleos emocionales prelingüísticos. Tal como afirmaba Nietzsche: la conciencia es un instrumento de interpretación para un cuerpo que ya ha decidido antes de pensar.

6. Hacia una semántica materialista de la conciencia

Desde esta perspectiva, el pensamiento humano no es otra cosa que una traducción simbólica del estado emocional-biológico del organismo. La qualia, como experiencia subjetiva, es una propiedad emergente de la materia organizada en sistemas de procesamiento emocional complejos.

La estimulación cerebral profunda (DBS) aplicada a casos de depresión severa, como el caso de Lorena Rodríguez en Colombia (2025), demuestra que la modificación directa de áreas cerebrales puede cambiar la motivación, la percepción del mundo y el sentido vital.

Esto confirma que incluso la experiencia del amor, la esperanza, la creatividad o el sentido existencial son modificables desde la materia.

El alma humana, entonces, no es un espíritu sino una gramática emocional corporal. Y todo lo que concebimos como humano —amor, arte, desesperación, razón, belleza— emerge como una forma que adopta la materia cuando alcanza suficiente complejidad estructural.

Conclusión: materialismo crítico existencial como horizonte

La teoría aquí presentada se articula con una visión más amplia del materialismo crítico existencial, según la cual la totalidad de la experiencia humana es una emergencia de la materia afectiva, sin finalidad ni trascendencia. La conciencia no es libre, ni la cultura es su arquitecta: es una máscara construida por un cuerpo que siente y desea antes de pensar.

Esta visión, si bien profundamente lúcida, conduce a una ontología trágica: no hay salvación fuera del reconocimiento de esta estructura. Pero en ese reconocimiento hay una forma de claridad ética, una comprensión compasiva, y una dignidad basada no en la esperanza, sino en la aceptación lúcida del límite.


Referencias

Damasio, A. (1994). Descartes' Error: Emotion, Reason, and the Human Brain. Putnam.

Panksepp, J. (1998). Affective Neuroscience. Oxford University Press.

LeDoux, J. (1996). The Emotional Brain. Simon & Schuster.

Metzinger, T. (2003). Being No One: The Self-Model Theory of Subjectivity. MIT Press.

Strawson, G. (1994). The Impossibility of Moral Responsibility. Philosophical Studies, 75(1–2), 5–24.

Churchland, P. (2011). Braintrust: What Neuroscience Tells Us about Morality. Princeton University Press.

Libet, B. (1985). Unconscious cerebral initiative and the role of conscious will. Behavioral and Brain Sciences, 8(4), 529–566.

Nietzsche, F. (1886). Más allá del bien y del mal.

Fonagy, P., Gergely, G., Jurist, E. L., & Target, M. (2002). Affect Regulation, Mentalization, and the Development of the Self. Other Press.


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