lunes, 8 de diciembre de 2025

Justicia y Venganza: La Tensión Biosimbólica en el Animal Trágico


Resumen: Este ensayo explora la intersección fundamental entre justicia y venganza, argumentando que la distinción tradicional entre ambos conceptos surge de un "sesgo ilustrado" que privilegia la razón sobre la emoción, ignorando la evidencia neurocientífica que sitúa lo afectivo como sustrato de toda cognición moral. Se propone que esta tensión refleja un desfase evolutivo: la arquitectura emocional humana, moldeada para entornos tribales, choca permanentemente con las estructuras abstractas de la justicia moderna. La imposibilidad de resolver este conflicto define una condición trágica donde el éxito cultural de la especie genera su propio malestar existencial.


1. La zona de intersección: más allá de la dicotomía


La filosofía moral y el derecho han construido tradicionalmente una frontera nítida entre justicia y venganza. La primera representa la rectitud institucional, la imparcialidad y la proporcionalidad; la segunda encarna la pasión descontrolada, el sesgo personal y el exceso. Sin embargo, una mirada fenomenológica a experiencias concretas de retribución revela que esta separación es más porosa de lo que se admite. Existe lo que podríamos denominar una "zona de intersección" donde actos judiciales pueden sentirse como venganza para la víctima, y actos vengativos pueden coincidir casualmente con lo que la justicia objetiva hubiera determinado.
La ley del talión (lex talionis), presente en el Código de Hammurabi y en tradiciones jurídicas antiguas, ejemplifica esta ambigüedad. Lo que para una cultura constituía justicia proporcional —"ojo por ojo, diente por diente"— para la sensibilidad moderna puede parecer venganza ritualizada. Este deslizamiento histórico sugiere que, como señaló Jacques Derrida en Fuerza de ley (1997), la justicia contiene siempre un exceso que escapa a la mera legalidad, un elemento de singularidad que la acerca al territorio de lo personal y, por tanto, de lo vindicativo.

2. El sesgo ilustrado y la falacia del gobierno racional


La tradición filosófica occidental, particularmente desde la Ilustración, ha operado bajo lo que podríamos llamar un "sesgo ilustrado": la presuposición de que la razón puede y debe gobernar las emociones en el ámbito público y moral. Desde la ética kantiana hasta la teoría de la justicia de Rawls, se ha concebido la justicia como un constructo racional, deliberativo y desapasionado. Esta visión asume un modelo de agencia humana donde la razón pilota y la emoción acompaña, cuando no estorba.
La neurociencia contemporánea ha desmantelado radicalmente este modelo. La investigación de Antonio Damasio (1994) sobre pacientes con lesiones cerebrales demostró que la emoción no es el copiloto de la razón, sino su sustrato necesario. Sin la guía de marcadores somáticos —señales emocionales básicas—, la toma de decisiones racional se paraliza o se vuelve errática. Jonathan Haidt (2012) ha ampliado esta perspectiva al ámbito moral, proponiendo que los juicios éticos son intuitivos y emocionales en su origen, y que la razón actúa principalmente como un abogado que justifica post hoc lo que la intuición ya ha decidido.
Este giro afectivo en la comprensión de la moralidad obliga a repensar la justicia. Si los fundamentos de nuestro sentido de lo justo son emocionales e intuitivos, entonces la justicia "fría" no sería más que la racionalización institucional de un impulso emocional ancestral. La venganza, por su parte, representaría la expresión menos mediada de ese mismo impulso. La diferencia ya no sería de naturaleza, sino de grado de mediación social.

3. La bios emocional y el kernel institucional: una metáfora arquitectónica


Para comprender esta relación podemos emplear una metáfora computacional. Las emociones constituirían la BIOS —el firmware básico, precognitivo, que configura nuestra percepción del mundo y nuestras respuestas ante él—, mientras que la razón y sus instituciones operan como kernel —un sistema de procesamiento más elaborado pero completamente dependiente de aquel sustrato. El "sentido de justicia" nace en esta BIOS emocional como respuesta visceral ante la transgresión, vinculada a mecanismos evolutivos de reciprocidad, equidad y aversión a la explotación que Robert Trivers (1971) y otros han documentado.
Lo que llamamos "justicia institucional" sería entonces el intento del kernel social de estructurar, regular y limitar ese impulso primario. Proporciona canales procedurales, establece proporcionalidades y busca imparcialidad. Sin embargo, aquí surge lo que podríamos denominar el "problema ontológico de la justicia fría": cuando el sistema judicial —puro kernel— no logra conectar con la BIOS emocional de la víctima, falla en su propósito más profundo.
Jean Améry (1980), superviviente de campos de concentración, articuló esta frustración existencial en Más allá de la culpa y la expiación. Para él, la justicia judicial posterior a la Segunda Guerra Mundial resultaba insuficiente para reparar su experiencia subjetiva del daño. Lo que anhelaba no era solo castigo abstracto, sino una restauración de su agencia moral —la capacidad de afectar al que le había afectado— que solo algo cercano a la venganza (aunque no ilimitada) podría proporcionar. La justicia institucional dejaba intacta la sensación de impotencia y sinsentido.

4. La venganza como reparación simbólica del significado


Desde esta perspectiva, la venganza no es meramente una descarga emocional primitiva; es, fundamentalmente, un acto de re-significación. Cuando alguien sufre una injusticia grave, experimenta no solo un daño material o físico, sino una fractura en su orden simbólico y existencial: su dignidad ha sido negada, su vulnerabilidad explotada, su valor como persona cuestionado. La retaliación vengativa puede funcionar, en la psique de la víctima, como una restauración activa de ese orden: "Yo también puedo afectar al que me afectó; mi dolor no será invisible ni pasivo" (Fiske & Rai, 2015).
Esta dimensión simbólica explica por qué, en las sociedades del honor —desde la Grecia homérica hasta ciertas comunidades mediterráneas y de Oriente Medio contemporáneas—, la venganza no es considerada un fallo ético, sino un deber moral. Como analiza William Ian Miller (1993) en Humiliation, en contextos donde el honor constituye el capital social fundamental, la venganza restablece el equilibrio de estatus y respeto. La ofensa genera una deuda que solo puede saldarse con una compensación equivalente o superior. Solo en las sociedades de la dignidad modernas —donde la dignidad se conceptualiza como inherente e inalienable— la venganza se patologiza como primitiva e incivilizada.

5. El desfase evolutivo: la tragedia del animal cultural


Aquí emerge la dimensión trágica del problema. La arquitectura neurobiológica humana se formó durante el Pleistoceno, optimizándose para entornos tribales de aproximadamente 150 individuos —el "número de Dunbar" (1992) que representa el límite cognitivo de relaciones sociales estables—. En esos contextos, las transgresiones eran personales, las venganzas inmediatas y visibles, las reconciliaciones cara a cara. Nuestros cerebros evolucionaron para un mundo de interacciones directas y consecuencias inmediatas.
Sin embargo, hoy habitamos realidades posindustriales con sistemas judiciales anónimos, burocracias complejas y escalas demográficas que desafían la imaginación evolutiva. Este desfase evolutivo crea una tensión irresoluble: nuestra BIOS emocional sigue anhelando reparaciones visibles, simbólicas y personales, mientras que nuestro kernel social ha construido sistemas de justicia que necesariamente deben ser impersonales, procedimentales y abstractos para poder funcionar a gran escala. Somos, en una metáfora poderosa, "cazadores-recolectores con smartphones", utilizando una mente paleolítica para navegar realidades que superan sus parámetros evolutivos.
La consecuencia es lo que podríamos llamar el malestar jurídico-existencial: la justicia institucional nunca satisface completamente nuestras necesidades emocionales de reparación, pero la venganza personal destruiría los frágiles acuerdos de cooperación social a gran escala. Como ya intuyó Thomas Hobbes (1651), debemos ceder nuestro derecho natural a la venganza al Leviatán estatal para escapar del "estado de naturaleza" donde la vida es "solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve". Pero este contrato social deja un residuo de insatisfacción emocional que ningún código legal puede eliminar completamente.

6. Conclusión: Hacia un realismo trágico en la teoría de la justicia


No existe solución definitiva a esta tensión constitutiva. El ser humano es un animal trágico cuyo éxito evolutivo —la capacidad de crear culturas simbólicas, instituciones abstractas y cooperar a escala masiva— genera inevitablemente un sufrimiento derivado de su propio desajuste con el mundo creado. La semilla de nuestro dominio planetario es también la semilla de nuestro malestar existencial.
Frente a esta condición, quizá la respuesta más honesta intelectualmente sea adoptar un realismo trágico que:
  1. Reconozca los límites inherentes de la justicia institucional para reparar el daño emocional subjetivo, sin por ello abandonar su necesidad como alternativa al caos de la violencia generalizada.
  2. Diseñe mecanismos simbólicos y rituales complementarios —como la justicia restaurativa, los espacios narrativos para víctimas, ceremonias de reconocimiento o prácticas conmemorativas— que permitan una reparación emocional sin caer en ciclos de violencia.
  3. Acepte que la tensión entre justicia y venganza es constitutiva de lo humano, reflejando nuestro desgarro evolutivo entre mente tribal y mundo global. Administrar este conflicto —no resolverlo— es la tarea permanente de cualquier ética y derecho que pretenda ser honesto sobre nuestra condición biológica.
La justicia seguirá siendo un kernel necesariamente frío para una BIOS emocional que es, por definición, caliente. La venganza seguirá tentando como atajo emocional hacia una reparación que se siente más completa y significativa. Entre ambos polos oscila permanentemente la experiencia humana del daño y la reparación —una oscilación que define, tanto como nuestra razón, nuestra frágil y contradictoria humanidad.
Bibliografía
Améry, J. (1980). Más allá de la culpa y la expiación. Valencia: Pre-Textos.Damasio, A. (1994). El error de Descartes: la emoción, la razón y el cerebro humano. Barcelona: Crítica.Derrida, J. (1997). Fuerza de ley. Madrid: Tecnos.Dunbar, R. I. M. (1992). "Neocortex size as a constraint on group size in primates". Journal of Human Evolution, 22(6), 469-493.Fiske, A. P., & Rai, T. S. (2015). Virtuous Violence: Hurting and Killing to Create, Sustain, End, and Honor Social Relationships. Cambridge: Cambridge University Press.Haidt, J. (2012). The Righteous Mind: Why Good People Are Divided by Politics and Religion. Nueva York: Pantheon.Hobbes, T. (1651/2016). Leviatán. México: Fondo de Cultura Económica.Miller, W. I. (1993). Humiliation: And Other Essays on Honor, Social Discomfort, and Violence. Ithaca: Cornell University Press.Nussbaum, M. C. (2016). La ira y el perdón. México: Fondo de Cultura Económica.Trivers, R. L. (1971). "The evolution of reciprocal altruism". The Quarterly Review of Biology, 46(1), 35-57.

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